El género no marcado – El sexismo lingüístico

La cuestión del sexismo lingüístico es uno de los temas más frecuentes de debate en relación con el uso práctico de la lengua. Se puede abordar desde muchas (aunque no tan variadas) perspectivas. Para valorar y discutir sobre este tema –en el que, según nuestra opinión, lo ideal es basarse en cuestiones lingüísticas de base y, sobre todo, alejarnos de los extremos–, aportamos los siguientes enlaces. En uno de ellos se encuentra una entrevista en la que se me pidió opinión sobre el asunto. En este caso, nosotros nos referimos a las cuestiones del uso de las formas lingüísticas para indicar el género masculino y el género femenino, no a las definiciones sexistas que puedan encontrarse en los diccionarios en general y en el diccionario de la RAE en particular.

Estos son solo unos pocos ejemplos para reflexionar sobre esta polémica.

Hace unos pocos días se publicó otro artículo, de Pedro Álvarez de Miranda en El País (7 de noviembre de 2013), «El género no marcado» (también en PDF), que me parece uno de las mejores reflexiones sobre el asunto, visto desde un punto de vista lingüístico.

Ahora solo nos queda una reflexión prudente y serena.

Por el bien de tu cerebro, saca la lengua

 Los españoles lo tenemos claro, a no ser que pertenezcamos a una comunidad autónoma con lengua propia: hablar dos lenguas bien retrasa la aparición de la demencia. La Asociación Americana de Neurología ha publicado en su revista Neurology el 6 de noviembre de 2013  un estudio de un grupo de científicos encabezados por Suvarna Alladi («Bilingualism delays age at onset of dementia, independent of education and immigration status», reseñado en ) que demuestra la importancia de hablar varias lenguas para que la aparición de enfermedades neuronales relacionadas con la demencia sea más tardía.

El estudio es importante porque, hasta ahora, se sabía que el conocimiento de varias lenguas era beneficioso para el cerebro, pero este beneficio se relacionaba más con aspectos intelectuales. Ahora, no obstante, sabemos que no existe una necesaria correlación con la formación o la educación, ya que esta mejoraría se daba en personas analfabetas. Esto para que digan que el conocimiento de otras lenguas y su dominio en el ámbito bilingüe sea superfluo. De hecho, el conocimiento de idiomas extranjeros parece ser un excelente remedio para proteger nuestra memoria de daños futuros (lo demostró Magali Perquin, en un estudio presentado en 2011 en un congreso de la Asociación Americana de Neurología en Honolulú). Y no solo conocer varias lenguas, sino adquirir pronto habilidades lingüísticas. ¿Que la lengua no es importante? Pues sí, lo es: Juan C. Troncoso nos ha demostrado que la adquisición temprana de habilidades lingüísticas es muy beneficiosa para preservar nuestra memoria.

¿Qué nos queda a nosotros, en este cochino país en el que se desdeña la enseñanza de las lenguas, de nuestra lengua y de muchísimas otras cosas más? Que, al menos, somos un país con dieta mediterránea, hasta que la comida rápida nos quite nuestras costumbres. Un poquito de pollo, pescado y aceite de oliva nos pueden ayudar también a que no perdamos la cabeza antes de tiempo.

 Para la elaboración de esta entrada me ha sido de mucha utilidad la excelente web e! Science News, así como noticias sobre ciencia aparecidas en el New York Daily News. Imagen de Anaís Gómez-C.

(La entrada se ha publicado inicialmente en mi blog personal, VerbaVolant.)

Dos documentos sobre el español para un 12 de octubre

El pasado 12 de octubre, Babelia, el suplemento cultural de El País, contaba con dos aportaciones que nos vendrán muy bien para reflexionar sobre algunas cuestiones relacionadas con nuestra lengua. En este caso, no entramos en ninguna reflexión ni valoración, sino que dejamos estos dos documentos para la reflexión y el debate.

El es­pa­ñol en la era di­gi­tal

José Manuel Blecua, El País, 12 de octubre de 2013

EL VI CONGRESO INTERNACIONAL de la Lengua Española, que estará dedicado al libro en español, coincide felizmente con el tricentenario de la corporación que tengo el honor de dirigir. Nuestra academia recibirá con tal motivo un homenaje especial de los participantes, reconocimiento que ya me anticipo a agradecer desde estas páginas, en nombre de nuestra institución.

Llegamos a Panamá con el desafío de adentrarnos en la realidad de nuestra lengua común y en una de sus manifestaciones más apasionantes: la actividad editorial, tan poliédrica, y tan cambiante e incierta en este momento.

Hablar hoy sobre la situación del español es presentar un panorama rico y complejo: el de una lengua que nació en España, pero se desarrolló y enriqueció en América, e incluso llegó a emplearse en algunos rincones de Asia, como Filipinas, y de África, como Guinea Ecuatorial, donde un considerable número de hablantes lo mantienen como lengua de cultura.

El español es hoy una de las cuatro lenguas más extendidas por el mundo, con cientos de millones de hablantes repartidos por más de dos decenas de países. Solo en México lo hablan más de cien millones de personas y, en Estados Unidos, los hispanohablantes suman más de treinta y cinco millones. Además, gracias a su poder de comunicación y a su sólido historial cultural, más de catorce millones de hablantes de otras lenguas estudian la nuestra como llave que les abre importantes horizontes. Baste mencionar que, solo en China, hay actualmente cincuenta y ocho universidades enseñando español.

Señalaba un gran especialista en español americano, John Lipski, que “el español de América es, a la vez, asombrosamente diverso e increíblemente uniforme”. Esta sensación de asombro ha dado lugar a centenares de trabajos sobre las modalidades americanas de la lengua española, lo que en las últimas décadas ha favorecido un mayor acercamiento a la variación y, en suma, al conocimiento menos parcial, más completo, de nuestro idioma común.

Es evidente que una lengua tan extendida, que ha evolucionado de acuerdo con influencias y focos culturales tan distintos, debe presentar forzosamente una amplia variación interna. Las diferencias caracterizan e identifican a las distintas comunidades de hablantes, y constituyen una de las mayores riquezas del español. Sin embargo, se mantiene una unidad evidente, que se sustenta en las formas prestigiosas de las diferentes variedades. Esto ocurre en muchos aspectos de la gramática y se refleja en la forma de organizar y de pronunciar los sonidos del habla.

Y, cuando en este inmenso y variado panorama, algunos se preguntan cuál es el mejor español, el de Valladolid, el de Bogotá o el de Ciudad de México, la única respuesta posible es que el mejor español es el de los hablantes que se preocupan por la lengua y ponen cuidado y amor al emplearla, provengan de donde provengan. El idioma peligra si no lo aprendemos adecuadamente en la escuela, si se borran las diferencias entre los distintos registros de uso o si se emplea un vocabulario o una sintaxis pobre.

La intensa fuerza demográfica y cultural del español, y el potencial económico que esta supone, hace necesario un ejercicio de modernización, reforzando su lugar en la Red. De este ámbito, el digital, nos ocuparemos especialmente en Panamá, a cuyo Gobierno agradecemos desde aquí su generosa acogida al congreso, gratitud que hacemos extensiva a nuestras academias hermanas y al Instituto Cervantes, con quienes coorganizamos esta sexta edición.

A día de hoy, parece bastante evidente que a las publicaciones electrónicas, desde los libros y los periódicos hasta los efímeros mensajes de texto en sus distintas modalidades, les aguarda un gran futuro. Su crecimiento ha sido espectacular en los últimos años, lo cual no significa que tengamos respuestas certeras a esas preguntas que nos hacen constantemente y que nos planteamos a nosotros mismos a diario: ¿seguirá habiendo libros impresos en papel? ¿Son perjudiciales para la buena escritura los dispositivos móviles? ¿Ayudan o perjudican las redes sociales a nuestra lengua?

El congreso será una extraordinaria oportunidad para compartir dudas y aventurar estrategias. Nunca como ahora, en los tiempos de mudanza que nos ha tocado vivir, la opción de acceso al conocimiento ha sido tan democrática y tan universal. Lo que hagamos con esa posibilidad, especialmente en lo relacionado con el buen uso del español, solo depende de nosotros.

La va­ni­dad de las len­guas

Héc­tor Abad Fa­cio­lin­ce, El País, 12 de octubre de 2013

Las len­guas me­nos es­cru­pu­lo­sas con los ex­tran­je­ris­mos con­quis­tan una va­rie­dad de la que se pri­van los más pu­ris­tas El es­pa­ñol tie­ne la fuer­za de va­rias len­guas im­pe­ria­les su­per­pues­tas: la la­ti­na, la ára­be, la cas­te­lla­na…. ERUDICIÓN E INTELIGENCIA son dos cosas distintas; hay eruditos no muy brillantes, e ignorantes de gran perspicacia. Los expertos suelen desplegar su sabiduría en campos muy delimitados: un especialista en imprenta sabrá nombrar y distinguir decenas de diseños tipográficos, desde el tipo Abadi, pasando por Arial, Baskerville, Bodoni, Garamond y Helvética, hasta llegar al Times o al Verdana. Naturalmente no escribe mejor quien más tipos de letra reconoce. Así mismo un anatomista sabrá distinguir con su nombre preciso casi cualquier parte del cuerpo: al abrir el abdomen señalará el colédoco; reconocerá sin problemas el músculo sartorio al ver un muslo abierto o hará con propiedad la disección del esternocleidomastoideo al operar el cuello. La precisión conceptual y nominal que tiene un cirujano al explorar un cuerpo humano no le da ventajas, sin embargo, para entender la psicología de su esposa. En cualquier ramo del saber hay eruditos, pero es posible que un gran poeta no sepa reconocer a primera vista todas las formas de composición poética (lira, madrigal, soneto, sextina, décima, copla…), en las cuales, en cambio, podría ser muy ducho un versificador mediocre. En la mayoría de los campos del saber, si no somos especialistas, los legos nos podemos conformar con un léxico más laxo.

Así como hay personas eruditas, también hay lenguas eruditas, más ricas en vocabulario que otras, pero la lengua con más léxico no es necesariamente la que mejor transmite el pensamiento. Podría ser simplemente más puntillosa y menos económica. Para cualquiera, siempre, la l engua que mejor transmite el pensamiento, llámese esta como se llame, es aquella que aprendimos de pequeños.

Es un mito que la lengua esquimal tenga decenas de palabras para la nieve. Las culturas que han desarrollado una gran destreza pictórica (digamos la italiana) no necesariamente tienen más variedad de voces para nombrar los colores. Hay lenguas que tienen nombres para apenas tres o cuatro colores (negro, blanco, rojo, verde…), lo cual no quiere decir que no distingan el azul. Aunque los italianos distingan en su lengua el “blu” (azul oscuro) y el “azzurro” (azul claro), quienes hablamos castellano podemos distinguir esos dos tonos sin que nos hagan falta dos palabras específicas. Esto quiere decir que no hace falta una palabra para poder entender y pensar un concepto. ¿Hay lenguas mejores que otras? Si fuera así, sería imposible traducir algo de una lengua “rica” a una lengua “pobre”. Podemos suponer que antes de acuñar la palabra para el color “anaranjado”, tuvimos que hacer un símil: del color de la naranja. Una nueva lengua que careciera aún de l a palabra “rojo” podría siempre decir “del color de la sangre”.

Muchas lenguas no tienen el verbo “estrenar”, que tan claro nos resulta en castellano, pero no por esto carecen del concepto de ponerse algo por primera vez. Cuando uno dice, “no sé qué siento”, no es exactamente que no sepa lo que siente, sino que no encuentra el nombre preciso que le transmita a otro lo que está sintiendo. Podría ser mareo, ira, angustia, desasosiego. Podría ser schadenfreude, pero, a diferencia del alemán, en castellano no tenemos una palabra que quiera decir exactamente “alegría por el mal ajeno”, una especie de envidia al revés: no me entristece que te vaya bien, sino que me regodeo en que te vaya mal. Siempre estamos buscando las palabras para poder expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que vemos. Si no la hay, la inventamos, o encontramos una metáfora, o la prestamos de otro idioma.

Existe una muda lengua mental con la que pensamos —el mentalés, la llama Steven Pinker—, y cada persona debe traducir sus ideas, sus percepciones, sus asociaciones de unas cosas con otras, a unas palabras que conoce, a la lengua que ha mamado en la casa o sudado en la calle, que es aquella que nos da los sonidos y la gramática para comunicarnos. En el caso de los sordomudos esa lengua está hecha de signos visuales, no auditivos, y quienes la dominan saben que no es más pobre que la lengua hablada.

Es posible que haya, en ciertos campos del saber, lenguas más eruditas que otras, idiomas que desarrollan un cierto léxico específico para disciplinas que dentro de su cultura (técnica, científica, literaria) se han desarrollado más a fondo. Para hablar de un fenómeno reciente, podemos decir que el inglés es más erudito que el español en el lenguaje informático. Bit, link, mouse, mail, Internet, blog, web, tweet son palabras de origen inglés que podemos adoptar tal como nos llegan, o intentar traducirlas o adaptarlas. A mí me parece preferible adaptar, antes que adoptar o traducir. Prefiero llamar “maus” al objeto específico que nos sirve para mover el cursor en una pantalla, que traducirlo, y llamarlo “ratón”. La solución traducida aumenta la ambigüedad de la lengua (“te traje un ratón de regalo”. “¿Qué?”); la adaptación y el traslado a la propia fonética y ortografía, evita confusiones: “Te traje un maus de regalo”, es mucho más claro. Es más práctico decir mail (tal vez escribiéndolo meil) que alargarse con “emilio” o con “correo electrónico”. Prefiero escribir un “tuit” que un trino, y haciéndolo así incluso despojo de connotaciones extras a una palabra que en inglés es un símil y en español suena como algo único y nuevo. Las lenguas menos alérgicas y escrupulosas en el préstamo —o robo— de extranjerismos ( como las personas menos racistas y xenófobas al escoger pareja) conquistan un tesoro de variedad y precisión del que se privan las más puristas y quisquillosas.

Lo paradójico es que cuanto más dispuesta a la bastardía sea una lengua y cuanto más mestizos sus hablantes, más variado y fecundo es su proceso de contagios enriquecedores. Muchos memes lingüísticos y culturales han tenido la fortuna de contaminar la lengua española. Nuestra vieja herramienta lingüística se ha nutrido de muchos hablantes y de muchos pueblos; otras culturas y lenguas la han revitalizado; al expandirse por casi todos los climas y casi todas las geografías del planeta, una realidad más amplia la ha fecundado. En ese sentido las lenguas internacionales esponjosas absorben una potencia de la que carecen las lenguas más refractarias y locales. El español, como el inglés, tiene la fuerza de varias lenguas imperiales superpuestas (la latina, l a árabe, la castellana) y el aporte de muchas lenguas colonizadas e incluso aniquiladas. La palabra “canoa” es de origen arauaco, el “huracán” es taíno antillano, el “tomate” azteca, el “caucho” ticuna, la “quina” y la “guaca” quichuas, l a “guadua” caribe, el “guarapo” y la “banana” de africanos esclavos, y así sucesivamente.

El español es una lengua antigua, con una rica tradición literaria, y hablada en varios continentes. Esta extensión cultural y geográfica la hace muy rica, pero esto no debería volverla vanidosa.

Incluso los idiomas más poderosos se terminan volviendo lenguas criollas, con más riqueza expresiva —para sus hablantes— que el idioma prestigioso del que provienen. Las grandes lenguas imperiales (el griego, el latín, el mandarín, el árabe, el inglés, el español) son los dialectos criollos impuestos por aquellos que ganaron más guerras. Pero incluso los idiomas imperiales terminan en lenguas muertas. El español tiene menos de mil años. El latín no duró más de mil quinientos. Después de 500 años de imposición del castellano en América, todavía nos entendemos razonablemente bien. ¿Podremos decir lo mismo dentro de cinco siglos? La única respuesta que se me ocurre se expresa bien con una vieja palabra árabe: ojalá.

La preterición y su (no) uso. El salgarismo en Inferno de Dan Brown

 inferno dan brown

Umberto Eco, en sus Apostillas a ‘El nombre de la rosa’, analiza el empleo necesario de la preterición que llevó a cabo en su novela. Eco explica que el narrador, Adso de Melk, es una pieza clave para explicar los elementos necesarios para la comprensión argumental y contextual de la obra. Como bien explica el profesor Eco, el principal enemigo de la novela histórica es el salgarismo, que no es sino la tendencia a explayarse en alguna circunstancia explicativa o descriptiva en medio de la acción narrativa. Y ahí es donde empieza a funcionar la preterición: Adso explica y pormenoriza, como buen cronista medieval, pero siempre el procedimiento retórico de la praeteritio, que pasamos a explicar brevemente a continuación.

La preterición –praeteritio– es un recurso textual (puede recibir también los nombres de pretermisión paralepsis o parasiopesis) que puede englobarse dentro de las licencias textuales por supresión (Lausberg, 1967: 276-278; Mayoral, 1994: 194-197) y que consiste en afirmar que no se va a hablar de cierto asunto pero, al realizar esa afirmación, aprovechar para enumerar o pormenorizar parte del mismo. Lausberg lo explica perfectamente: «La manifestación de que se quiere omitir ciertas cosas incluye el nombrarlas» (Lausberg, 1967: 276). Mayoral cita un ejemplo del Quijote: en el canto de Antonio en el capítulo 11 de la primera parte, dice:

No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho,
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.

Las razones para utilizar la preterición, a juicio de Lausberg, pueden ser negativas (para no caer en redundar en demasiados detalles, por resultar ser desfavorables a la causa, por considerarlas secundarias o por no incidir en exceso sobre aspectos tristes o desagradables), pero también puede tener un beneficioso efecto irónico, a la que se añade la preterición como mecanismo narrativo, tal y como expone Eco.

El caso del que queremos hablar ahora es de uno de los fallos narrativos más destacados, a nuestro juicio, de Inferno de Dan Brown y que se hace extensivo a todas sus novelas. Las tramas novelísticas de este autor siempre se desarrollan en la actualidad, pero tienen un núcleo importante en la historia, el arte o la simbología. Brown necesita, de forma ineludible, instruir al lector de ciertos aspectos necesarios para la correcta interpretación de lo que está ocurriendo. Sorprendentemente, recurre al salgarismo en los momentos más insospechados, esencialmente en aquellos en los que la huida se manifiesta de forma más trepidante. Lo curioso es que Dan Brown hubiese podido utilizar el salgarismo como forma de anticlímax o, por contra, como una forma de incrementar la tensión en el receptor. No obstante, no consigue ninguno de estos dos efectos sino, más bien y al contrario, el lector ve estas largas disertaciones del protagonista, Robert Langdom como algo inconexo y demasiado libresco. Parece que el autor está dando la conferencia que hubiese dado Langdom o que quisiese inyectar con demasiada fuerza los conocimientos que pasan por su mente de una forma poco creíble.

Probablemente, Dan Brown debería de prescindir del salgarismo en las huidas frenéticas de sus personajes y conocer mejor los mecanismos de su evitación como mecanismo narrativo. La preterición, por ejemplo. Porque, mediante la misma, hubiese podido omitir, resumir, abreviar, dar un sesgo irónico o, lo que seguramente hubiese sido más acorde al éxito estructural, conseguir una mayor verosimilitud en la construcción narrativa.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Brown, D. (2013). Inferno. Barcelona: Planeta.
  • Eco, U. (2000). Apostillas a «El nombre de la rosa». Barcelona: Lumen. Las palabras de Eco sobre la preterición pueden consultarse aquí.
  • Lausberg, H. (1968). Manual de retórica literaria: Fundamentos de una ciencia de la literatura. Madrid: Editorial Gredos.
  • Mayoral, J. A. (1994). Figuras retóricas. Madrid: Síntesis.

 

 

 

 

Metáforas de la «viña» cotidiana, el cerebro y la publicidad

Marqués de Cáceres

Uno de los puntales de la lingüística cognitiva es el libro de Lakoff y Jonhson Metáforas de la vida cotidiana. En este libro, los autores sostienen que la metáfora no es un «recurso literario», propio de la literatura y extensible, en todo caso, a fenómenos «desviados» del lenguaje normal como los chistes y otras formas de comunicación alejada del estándar. Para ellos, la metáfora es un proceso cognitivo empleado de forma habitual en toda comunicación lingüística. La metáfora no es tanto un «salto» como un proceso que sistematiza y establece unas equivalencias en nuestro cerebro. De hecho, esto no es privativo de las metáforas, sino que se produce también con otras «figuras».  Molinero, Carreiras y Duñabeitia han realizado un experimento publicado en 2012 por el que se demuestra que el cerebro realiza un proceso de abstracción que opera mejor sobre lo establecido previamente en la mente de forma «lógica» que lo absurdo. (y, por lo tanto, fortalece el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro). Y Hillert ha explicado, también recientemente, que algunas de esas «figuras retóricas» operan en el cerebro en los dos hemisferios de forma simultánea. De alguna manera, podemos empezar a vislumbrar la asociación entre el contenido lingüístico en el hemisferio cerebral izquierdo y el pragmático en el hemisferio derecho.

Como tendremos ocasión de analizar en otras entradas, los mecanismos de persuasión y decisión se encuentran en el hemisferio derecho del cerebro (en las teorías del cerebro triuno, se asocian al sistema límbico). Por lo tanto, es lógico que la publicidad utilice estos mecanismos lingüísticos que son las figuras no como tales, como artificio, sino como elemento fundamental para abrir los mecanismos de persuasión inconsciente.

Hoy análizamos un anuncio de prensa de un suplemento dominical de Marqués de Cáceres. Existe un elemento metonímico en la imagen, en clara llamada intertextual a la película American Beauty, dirigida por Sam Mendes en 1999. En la película, la adolescente Buddy Kane se erige en la ensoñación sexual del protagonista, Lester Burnham (Kevin Spacey). Las imágenes originales de la película tienen a los pétalos rojos, como símbolo de la pasión, como elemento que contrasta con el cuerpo de la chica. En la imagen del anuncio, el rojo es intenso en el «cuerpo», un vino rosado. Y los pétalos descansan sobre un lecho de hielo. Por lo tanto, ya tenemos establecidos los elementos icónicos: un lecho de hielo que proporciona el frescor, unos pétalos que remiten a la suavidad y a la delicadeza y la botella de Marqués de Cáceres, el objeto del deseo.

En el ámbito lingüístico, el mecanismo de significación no trabaja sobre la metonimia, sino sobre ese proceso simbólico de personificación: «En boca fresco, tierno y a la vez brioso, amplio y ágil; cuerpo de blanco y alma de tinto». Son palabras de una la enóloga M.ª Isabel Mijares y García-Pelayo. La antítesis cuerpo y alma se articula ahora para la significación de este vino rosado (un tipo de vino normalmente menos apreciado): cuerpo para la asociación al blanco (frescura) y alma al tinto (hondura). Los adjetivos, particularizan la personificación: fresco, tierno, brioso, amplio y ágil. La mayor parte de ellos trasladan a un objeto como el vino cualidades humanas.

Parece obvio que, en la construcción del anuncio que estudiamos, las «figuras» visuales no son sino mecanismos de significación para trasladarnos, por un lado, el sabor de un vino a un ámbito físico más fácil de entender para nosotros y, por otro lado, para estimular nuestra decisión de comprar un vino en torno a un valor asociado al ámbito emocional.

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Dieter G. Hillert, D. G. (2012). Figuras retóricas: un reto para el cerebro. Mente y cerebro, 55, 38-42
  • Lakoff, G., & Johnson, M. (1980). Metaphors we live by. Chicago: University of Chicago Press. Edición española: Madrid: Cátedra.
  • Molinaro, N., Carreiras, M., & Duñabeitia, J. A. (February 15, 2012). Semantic combinatorial processing of non-anomalous expressions. Neuroimage, 59, 4, 3488-3501.