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Ha muerto Gérard Genette

El pasado 11 de mayo de 2018, moría, a los 87 años, Gérard Genette. Ha muerto uno de los grandes teóricos de la literatura. Decir solamente que es el padre de la narratología es quedarse muy corto. En efecto, algunos de los libros de Genette desentrañan con perfecta maestría el arte de la narrativa. Formado en el estructuralismo, fue uno de los estandartes de la nouvelle critique y aplicó el método formalista con precisión e perspicacia.

He tenido la suerte de bucear con avidez en muchas de sus obras y he pasado tantas horas aprendiendo con su inteligencia que ahora me siento huérfano. Para un devoto de Marcel Proust, que Genette desvelase todos los secretos del arte de narrar a partir de esa obra supuso un descubrimiento placentero. Aquí va un recorrido muy rápido por alguna de las obras de Gérard Genette que más me han influido.

Leí Figures III, gracias a la indicación de un gran profesor de Literatura Universal en la Universidad de Valladolid, Luis Caparrós Esperante. Me acerqué un día a su despacho pidiendo material para aprender más de Proust y me dio la clave de casi todo. La lectura de su Nouveau discurs du récit complementó y agrandó su leyenda.

Interesado por muchos aspectos de la intertextualidad y fenómenos anexos para mi tesis doctoral, por indicación de mi maestro, Tomás Albaladejo, abordé Seuils y, por supuesto, Palimpsestes, obra de extraordinaria agudeza con la que uno se adentra por los vericuetos de las influencias literarias.

Y los aspectos de la enunciación en su vinculación con la pragmática, también para mi tesis doctoral, me abrieron otros caminos de Genette, tremendamente ambiciosos y creo que todavía no suficientemente explorados. Fiction et dictionL’Œuvre d’art (Immanence et transcendance) contienen realizaciones e intuiciones geniales que utilicé, sobre todo con la primera obra, para indagar en el concepto de acto de ficción.

Leer a Genette es un placer y una necesidad para todos los que quieran acercarse a los fenómenos constructivos de las obras literarias y, en general, de las obras artísticas. Así que el mejor homenaje que podemos darle es tenerle siempre presente, con su lucidez, su ironía y su manera sutil de explicar lo complejo. Consiguió crear un sistema conceptual coherente con el que podemos manejarnos de manera fluida en el campo del estudio literario.

(Esta entrada aparecerá también en VerbaVolant, mi blog personal).

 

¿A qué sabe el color amarillo? ¿Cómo suena el número tres? La sinestesia

Los estudiantes del ámbito de las Humanidades conocen perfectamente el concepto de sinestesia como la relación de un término con otro procedente de un sentido diferente al primero (también se relacionan términos referentes a lo sensorial con sentimientos o cuestiones abstractas). Cuando Juan Ramón Jiménez dice «Es de oro el silencio, la tarde es de cristales», está relacionando, en el primer caso, el silencio, término que, en todo caso, estaría vinculado a la ausencia de sonido (sentido del oído), con el oro, que podríamos adscribir al sentido de la vista; y, en el segundo caso, se relaciona la tarde con los cristales, término que podría adscribirse al sentido de la vista (o del oído, si pensamos en su sonido).

Sin embargo, suele ser menos conocido el fenómeno neurológico de la sinestesia:  «La sinestesia es un fenómeno neurológico caracterizado por la activación simultánea de dos sistemas (o atributos) sensoriales, uno de los cuales no ha sido estimulado directamente. Dicha activación se produce de una forma involuntaria, automática y consistente a lo largo del tiempo» (acceso al artículo aquí).

Miguel Ángel Criado escribe un artículo muy interesante en El País sobre la base genética de este fenómeno. Como hemos sugerido en el título de esta entrada, los sinestésicos pueden asociar las letras con colores o es posible también que asocien un sabor a una palabra. No puede negarse que esta alteración, vista con ojos de una persona de letras, tiene asimismo grandes dosis de poesía.

Es posible, según los estudios, que los niños nazcan con sinestesia y la vayan perdiendo a medida que van creciendo. Al parecer, son frecuentes en los niños las conexiones entre sonido y visión o que las palabras evoquen ciertos colores. Como sostiene el artículo, algunos niños, por razones genéticas, conservan la sinestesia y otros la pierden.

En todo caso, nosotros siempre tenemos la creación poética para recordarnos esas asociaciones que, pareciendo extrañas, son básicas y se sumergen en nuestro cerebro de niños.

Actualización:

Las casualidades son así: justo ayer, en Microsiervos, Wicho escribió sobre la sinestesia como condición neurológica y añadió un enlace al vídeo de Lola, una mujer que padece sinestesia léxico-gustativa. Como se señala en la entrada, Lola dice maravillas como estas:

Como siempre me ha pasado, no sé lo que es que las palabras no te sepan.

La poesía me sabe muchísimo. Es un motivo más para que yo aprecie la literatura.

El vídeo es este:

 

Criado, M. Á. (2018, March 6). Tras los genes del sabor amarillo o las ecuaciones coloreadas: así funciona la sinestesia. El País.

Recordemos que en el segundo episodio de la cuarta temporada de House una piloto de las fuerzas aéreas que quiere ser astronauta sufre ese trastorno.

Los Cinco, Antonio Orejudo y yo – Sobre lecturas y escrituras

 

Acabo de leer el libro Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo. Es un libro magnífico, escrito en el sendero más interesante de la autoficción, que nos hace reflexionar sobre la lectura. Sin desvelar mucho del libro, nos hace reflexionar, en realidad, sobre la lectura en tres niveles y sobre la escritura en dos. Por supuesto, es un libro que va más allá de la metaliteratura: sus reflexiones sobre el pasado y sobre el presente, sobre el presente mediatizado por el pasado, sobre el pasado mediatizado por el futuro y otras muchas cosas más lo convierten, de por sí, en una obra merecedora de una lectura atenta. Pero esa triple reflexión sobre la lectura (y su materialización en dos niveles de escritura) es una de las bases de la construcción del libro de Orejudo.

Todos esos niveles están intercalados en un mismo plano de forma muy inteligente. El primer nivel y la base de todos los demás, son los libros de Los Cinco de Enid Blyton. Aunque más joven que Orejudo, pertenezco a esa generación lectora que se formó con los libros de Los Cinco. Escribí, hace ya mucho, una entrada, titulada Thaumasía en la isla Kirrin, en la que hablaba sobre la curiosidad y admiración que me provocaron las novelas juveniles de Blyton. En casa había un par de libros, que empecé por casualidad y, durante unos años, propicié que todos los regalos de cumpleaños y de Reyes fueran completando toda la saga. Nunca he realizado, como Orejudo, una revisión –ni crítica ni acrítica– sobre estas novelas, pero la lectura de Los Cinco y yo ha conseguido reavivar esa chispa lectora juvenil que mantuve durante aquellos años. Luego llegaron lecturas de más «calidad», pero nunca las consideré «mejores», sino una evolución lógica de lo que estaba empezado y ya no podría parar.

El segundo nivel de lectura (y el primero de escritura) lo supone una supuesta novela de Rafael Reig, After five. Rafael Reig es un escritor real, amigo de Antonio Orejudo. Todo forma parte del juego literario que establece Orejudo a raíz de esta novela apócrifa: su escrito es una reflexión sobre el libro de Reig, en el que se nos habla de la vida de Julián, Dick, Ana y Jorge después de las novelas: su evolución como adolescentes y su vida como adultos. Como digo, este es el primer nivel de escritura de Orejudo, como creador de esta primera cota sobre la que escala su narración sobre los Cinco. Y un segundo nivel de lectura que se intercala necesariamente sobre el primero: no se trata ya solamente de hablar de las novelas de Los Cinco, sino de hablar de esas conexiones entre pasados y presentes. Orejudo aprovecha para, partiendo de la infancia, hablar de su juventud, de sus inquietudes, de la vocación literaria de ese Toni que está, sin ser una equivalencia exacta, tan cerca de él y de Reig en sus años de universidad. Vemos ese registro del pasado que construye la juventud sobre los cimientos de la infancia. Los Cinco son aprovechados, en este nivel, como argamasa que conjunta la niñez y la juventud como premonición de lo que puede ser el futuro.

El tercer nivel de lectura (y el segundo de escritura) es la novela Los Cinco y yo como tal. Es un nivel que, como los anteriores, asume y abarca los anteriores. Ahora se trata de cómo la lectura de los libros de Los Cinco y la necesidad narrativa que tiene el autor de hablar del libro After five de Reig le lleva a extender ese pasado y ese presente como reflexión intrapersonal, interpersonal y diría que generacional. Sin desvelar nada importante para posibles lectores de la novela, diremos que ese juego interno de narradores y lectores también los convierte, doblemente, en personajes. Y comprobaremos hasta qué punto pueden sus vidas combinarse, intercalarse, mezclarse y confundirse con las de Julián, Dick, Ana y Jorge.

Todos los lectores de Los Cinco tuvimos nuestra casa en la de tía Fanny y tío Quintín. Tuvimos experiencias gastronómicas de platos que nunca habíamos comido en nuestras casas. Tuvimos unas excursiones mágicas y llenas de peligros de la que nuestros cuerpos salieron ilesos, aunque nuestro corazón se agitó al ritmo trepidante de los acontecimientos Descubrimos que las islas y los tesoros estaban más cerca de lo que nos imaginábamos. Mientras aprendíamos a ser personas, supimos gracias a Los Cinco que la vida está llena de pasadizos secretos que servían como vasos comunicantes de nuestras experiencias adolescentes. Lo malo es que, ya de adultos, se nos olvidó todo y los pasadizos secretos los convertimos en laberintos. Pero ahí están las novelas de Los Cinco para recordarnos esa verdad y ahí está la novela de Orejudo para recordarnos que la realidad y la ficción están más unidas de lo que parece. Siempre.

 

 

 

(Esta entrada pertenece a la serie Sugerencias, que tenía muy abandonada. Apareció en mi blog personal, VerbaVolant.

La preterición y su (no) uso. El salgarismo en Inferno de Dan Brown

 inferno dan brown

Umberto Eco, en sus Apostillas a ‘El nombre de la rosa’, analiza el empleo necesario de la preterición que llevó a cabo en su novela. Eco explica que el narrador, Adso de Melk, es una pieza clave para explicar los elementos necesarios para la comprensión argumental y contextual de la obra. Como bien explica el profesor Eco, el principal enemigo de la novela histórica es el salgarismo, que no es sino la tendencia a explayarse en alguna circunstancia explicativa o descriptiva en medio de la acción narrativa. Y ahí es donde empieza a funcionar la preterición: Adso explica y pormenoriza, como buen cronista medieval, pero siempre el procedimiento retórico de la praeteritio, que pasamos a explicar brevemente a continuación.

La preterición –praeteritio– es un recurso textual (puede recibir también los nombres de pretermisión paralepsis o parasiopesis) que puede englobarse dentro de las licencias textuales por supresión (Lausberg, 1967: 276-278; Mayoral, 1994: 194-197) y que consiste en afirmar que no se va a hablar de cierto asunto pero, al realizar esa afirmación, aprovechar para enumerar o pormenorizar parte del mismo. Lausberg lo explica perfectamente: «La manifestación de que se quiere omitir ciertas cosas incluye el nombrarlas» (Lausberg, 1967: 276). Mayoral cita un ejemplo del Quijote: en el canto de Antonio en el capítulo 11 de la primera parte, dice:

No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho,
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.

Las razones para utilizar la preterición, a juicio de Lausberg, pueden ser negativas (para no caer en redundar en demasiados detalles, por resultar ser desfavorables a la causa, por considerarlas secundarias o por no incidir en exceso sobre aspectos tristes o desagradables), pero también puede tener un beneficioso efecto irónico, a la que se añade la preterición como mecanismo narrativo, tal y como expone Eco.

El caso del que queremos hablar ahora es de uno de los fallos narrativos más destacados, a nuestro juicio, de Inferno de Dan Brown y que se hace extensivo a todas sus novelas. Las tramas novelísticas de este autor siempre se desarrollan en la actualidad, pero tienen un núcleo importante en la historia, el arte o la simbología. Brown necesita, de forma ineludible, instruir al lector de ciertos aspectos necesarios para la correcta interpretación de lo que está ocurriendo. Sorprendentemente, recurre al salgarismo en los momentos más insospechados, esencialmente en aquellos en los que la huida se manifiesta de forma más trepidante. Lo curioso es que Dan Brown hubiese podido utilizar el salgarismo como forma de anticlímax o, por contra, como una forma de incrementar la tensión en el receptor. No obstante, no consigue ninguno de estos dos efectos sino, más bien y al contrario, el lector ve estas largas disertaciones del protagonista, Robert Langdom como algo inconexo y demasiado libresco. Parece que el autor está dando la conferencia que hubiese dado Langdom o que quisiese inyectar con demasiada fuerza los conocimientos que pasan por su mente de una forma poco creíble.

Probablemente, Dan Brown debería de prescindir del salgarismo en las huidas frenéticas de sus personajes y conocer mejor los mecanismos de su evitación como mecanismo narrativo. La preterición, por ejemplo. Porque, mediante la misma, hubiese podido omitir, resumir, abreviar, dar un sesgo irónico o, lo que seguramente hubiese sido más acorde al éxito estructural, conseguir una mayor verosimilitud en la construcción narrativa.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Brown, D. (2013). Inferno. Barcelona: Planeta.
  • Eco, U. (2000). Apostillas a «El nombre de la rosa». Barcelona: Lumen. Las palabras de Eco sobre la preterición pueden consultarse aquí.
  • Lausberg, H. (1968). Manual de retórica literaria: Fundamentos de una ciencia de la literatura. Madrid: Editorial Gredos.
  • Mayoral, J. A. (1994). Figuras retóricas. Madrid: Síntesis.