A menudo, pensamos que dejar noqueado a nuestro «adversario» en un combate dialéctico nos hace ganar la partida. Puede que en algunos casos sea así, pero quizás las heridas cicatricen con el bálsamo de la venganza y la sangre se limpie con un paño de rencor. Por eso, cuando argumentamos no siempre tenemos que sentirnos ganadores implacables. No es buena elección desde un punta de vista humano (pero ya sabemos que es frecuente que el campo de la comunicación humana no sea un campo lleno de margaritas y que, a veces, hay que tener en cuenta otras cosas). La argumentación tiene una parte de «verdad», que la emparenta con la lógica, pero también posee otra parte decisiva de «estrategia», que procede de la retórica. A fin de cuenta, nuestra comunicación habitual no es ni totalmente verdadera ni falsa por completo.
La pregunta es: ¿se puede ganar haciendo partícipe a tu contrincante de la victoria? La respuesta es: no solo se puede, sino que se debe. Aquí explicaremos cómo:
Cuando alguien objeta algo a una idea que hemos planteado, es muy frecuente que nos defendamos intentando echar por tierra su contraaragumentación. Mala idea. Como hemos apuntado, se sentirá hundido y ofendido, y eso siempre y cuando hayamos rebatido de una forma convincente. Podría ocurrir que hubiésemos dejado lugar a las entre nuestro auditorio. Podría ocurrir que nuestra ganas de herir hagan que todos se pongan de parte del «débil». Mucho riesgo para poca ganancia. Y, encima, mala conciencia, que a veces procede de matar moscas a cañonazos.
Pero también podemos darle la razón. No esa razón con la que contestamos: «Para ti la perra gorda». Tampoco esa en la que decimos: «Que sí, majo», dándole la razón como los tontos, ya que volveríamos a dejar ese poco amargo del párrafo anterior, con el plus de una prepotencia totalmente impotente.
¿Hemos pensado alguna vez en darle la razón? Sí, fulanito (o fulanita, claro), tienes razón. ¿Qué maravilla, no? En primer lugar, porque nadie suele esperar esa reacción en un debate dialéctico por parte de su contrincante. En segundo lugar (y fundamentalmente), porque esa será una baza casi segura para triunfar. Todavía recuerdo a un exministro en una conferencia en mi ciudad. En el turno de preguntas, el típico pesado se explayó hablando de lo divino y lo humano, con una opinión de lo más peregrina. Entre el auditorio se mezclaban las risas condescendientes, los gritos de protesta, el sentimiento de desasosiego por el trago que tenía que estar pasando el conferenciante. Cuando la persona que preguntaba acabó, todos esperábamos una respuesta agria, una chanza maligna o una negación contundente, pero no. La respuesta fue: «Tiene usted razón». Al protestante lo dejó planchado y a nosotros estupefactos.
Ya sabemos que ahora todos pensaréis que claro, eso es dejar que la victoria caiga del lado contrario, pero no. La retórica clásica tenía un recurso expresivo llamado concessio, que el gran teórico Heinrich Lausberg catalogaba dentro de las figuras frente al asunto como una figura dialéctica. La concessio no es un recurso para perder o para dejar ganar, sino para sacar ventaja psicológica y contraatacar de forma efectiva. Volvamos al caso de nuestro conferenciante, que no se quedó solo en el «Tiene usted razón». Dejó pasar tres segundos –sublimes para crear intriga– para, partiendo de esa concesión, matizar su afirmación con otros datos. En el fondo, tras todo lo que dijo, había demolido gran parte de los argumentos de la persona que preguntaba, pero esa persona no se quedó con esa sensación y el público tampoco. La impresión que dio fue la de una persona cortés, educada y que sabía escuchar de forma constructiva.
Así que pensemos: si utilizamos la concessio, ninguno pierde y uno gana. Así, sin sangre. Combate limpio ganado a los puntos.
Imagen de Eric Langley. A diferencia de la mayor parte de las entradas de este blog, las entradas sobre argumentación, como todas las de este sitio web, están protegidas por derechos de autor. Si quieres utilizarlas, lo mejor es que te pongas en contacto conmigo en el formulario de contacto de la web.