Vamos a dedicar unas líneas a hablar de los dictados (y no de los dictados de nuestra conciencia, sino de los dictados en las clases de Lengua).
Hace unos pocos días se nos ha informado de que Francia va a recuperar dos elementos tradicionales en la enseñanza: los dictados y los ejercicios de cálculo mental serán obligatorios en el nivel equivalente a la Educación Primaria. En esta misma noticia se nos recuerda que la LOMCE había recuperado el dictado como elemento indispensable dentro de la práctica educativa.
La práctica del dictado suscita grandes controversias: mientras es saludado por algunos como algo necesario (cuando lancé la noticia el otro día a través de las redes sociales, me sorprendió la acogida favorable que obtuvo por personas muy jóvenes), otras muchas voces sostienen que es una práctica desfasada y que existen otros procedimientos más eficaces para mejorar nuestra capacidad lingüística.
En torno a la eficacia del dictado, conviene subrayar algunos pormenores: no se puede negar que el dictado tenga resultados positivos, tal y como sostiene el neuropsicólogo Álvaro Bilbao,autor de El cerebro del niño explicado a los padres (Barcelona, Plataforma Editorial, 215). En una reciente entrevista concedida a Carles Francino en el programa La Ventana de la Cadena Ser, Bilbao sostiene las bondades del dictado como herramienta para mejorar la atención y la concentración, como elemento para mejorar algunas funciones de la memoria y como instrumento para la mejora de la caligrafía, que tiene beneficios en aspectos psicomotrices. En un tiempo en el que los niños están cada vez más acostumbrados a manejar dispositivos en los que la escritura se corrige, de forma muchas veces dudosa e incorrecta, parece que el dictado conserva esa capacidad de ejercicio y reflexión.
No obstante, debemos destacar algunos elementos normalmente asociados al dictado y que son mucho más difíciles de demostrar.
El primero de ellos es el de la lectura: suele decirse que un dictado favorece el gusto por la lectura. Normalmente, creemos que se asocia el dictado a ese placer lector por una relación de causa-efecto mal entendida: como en las épocas en las que se realizaban de forma habitual dictados en el aula se leía más, suele pensarse que es el dictado la herramienta que ha conseguido ese hábito lector. Sin embargo, es fácil deducir que el abandono de la lectura (y no solo en las personas jóvenes) se debe, por un lado, a una pésima gestión de la enseñanza de la lectura en los colegios (aspecto en el que no nos podemos detener aquí) y, por otro lado, a la innegable presencia e importancia concedida a los elementos audiovisuales.
El segundo es la ortografía. En lo tocante a la ortografía, hemos de subrayar que un dictado nunca enseña a mejorar la ortografía, sino que, a lo sumo, evalúa el nivel ortográfico del que lo realiza. No se tiene mejor ortografía por hacer dictados: se hacen buenos dictados si se tiene buena ortografía. La ortografía está firmemente vinculada a la memoria visual y el sometimiento al ejercicio del dictado, al contrario de lo que suele pensarse, no la hace mejorar de forma significativa: todos conocemos a personas sometidas durante años a ejercicios de dictado que siguieron teniendo una pésima ortografía. La ortografía no se mejora ni haciendo dictados ni leyendo mucho, tal y como suele sostenerse de forma demasiado optimista. La ortografía solo se mejora si logramos que se vinculen las grafías a las palabras y las palabras a las grafías. ¿Son mejores en ortografía aquellos que conocen las reglas? Sabemos que hay muchas personas que conocen las reglas de acentuación pero no las aplican.
Por lo tanto, hay en el dictado beneficios, sin lugar a dudas. Pero hay que saber exactamente qué perseguimos cuando utilizamos un dictado. Si con el dictado queremos conseguir personas más competentes en la ortografía, es mucho mejor que fomentemos, de una vez por todas, los métodos que auténticamente funcionan.