Austin fue capaz de superar la postura en la que se situaban los filósofos respecto a la verdad o a falsedad. Los filósofos, de forma demasiado simplista, solían tender a caracterizar las proposiciones en términos lógicos como verdaderas o falsas. Sin embargo, Austin desveló que la estructura de las lenguas es mucho más rica y que no todas las proposiciones pueden reducirse a estos valores de verdad y falsedad.
Esto se relaciona también con otro hecho no subrayado con contundencia hasta Austin: la finalidad del lenguaje no es únicamente describir la realidad.
Austin empezó a darse cuenta de que había frases que siempre se habían tomado como declarativas pero, que sin embargo, no podían ser consideradas como verdaderas o falsas:
Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Yo os declaro marido y mujer.
Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Le presento mis condolencias.
Te prometo dejar de fumar.
Te pido que me perdones.
¿Cuándo has llegado?
Ojalá dejara de llover.
¡Sal de la habitación inmediatamente!
Por lo tanto, también es necesario valorar el grado de adecuación a las circunstancias en que se emite un enunciado. Parece obvio que, teniendo en cuenta esas circunstancias y si estas son adecuadas o no, un enunciado puede hacer cumplir (o no) una acción:
Sí quiero.