Esta entrada no pretende realizar un análisis exhaustivo y sesudo sobre el asunto de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, sino un breve acopio de pensamientos varios sobre estas cuestiones. Así que no espere nadie sistema, ni reflexión metafísica.
A lo largo de mi vida, he tenido sensaciones encontradas y contradictorias en lo que a corridas de toros se refiere. A mi padre le gustaban y me fui contagiando el gusto por este espectáculo. Todavía recuerdo el momento emotivo de compartir el pago de una plataforma de televisión de pago para sentarnos mano a mano a degustar la Feria de San Isidro. Con los toros creo que pasa como con el boxeo, por muy diferentes que sean los dos espectáculos: pasados por el filtro de la razón, probablemente sean actividades crueles y sangrientas; pero, con la emoción vibrando y el corazón como órgano rector de las impulsividades, es difícil para muchas personas no sentirse seducidos por la magia de un tipo plantado ante un toro bien juntito y desafiando a todo para crear belleza.
Los años pasaron y dejé de sentir esas emociones. Probablemente seguía sintiendo esas mismas cosas, pero fui enfocando mi visión también hacia el lado hediondo y dolorido de la Fiesta. No fue deliberado, ni tenía un ideario en mente, ni quise pasar de la apología de algo a su destrucción. Pasó, simplemente. Y un servidor, que iba siempre a más de un espectáculo taurino al año y que era un fijo delante de la televisión, dejó plantado al espectáculo.
Escribo esta entrada tanto por la persona que fui como por la que soy ahora para preguntarme qué es lo que ha pasado ahora, con la prohibición de los toros en Cataluña. Mienten todos aquellos que dicen que no existen cuestiones políticas, porque en esta vida todo es política, por propia esencia y por etimología. No desgajamos nunca nuestras decisiones haciéndolas asépticas, sino que éstas siempre están contextualizadas e insertadas en un marco determinado, sea éste el que fuere. Y no critico esa decisión del Parlament catalán ni dejo de hacerlo. Ha habido una recogida de firmas, se aceptado una moción y se ha realizado una votación. Cada uno ha votado según unos principios, lo mismo que cada uno de nosotros, de haber podido, habría votado esto o lo otro. Se han contado los votos y ha salido lo que ha salido. Y como todas las votaciones que existen en torno a instituciones democráticas, nos gustan más o menos o las creemos bien o malintencionadas.
Pensemos por un momento en que esa decisión se haya debido a cuestiones referentes con el maltrato a los animales. Está claro que la sociedad ha ido incorporando unos sentimientos muy diferentes a los de hace años respecto a los derechos de los animales: recuerdo cómo en las fiestas del colegio de los jesuitas de Burgos, cuando yo debía de tener unos ocho años, nos amenizaron con una pelea de gallos. A nadie le extrañó, del mismo modo que era habitual por parte de alguno de mis compañeros (a mí nunca me gustó) matar a pedradas a perros o gatos, ahogar ratas y otras actividades lúdico-festivas. Hoy alguna de estas prácticas (¿por qué otras no?) están afortunadamente penalizadas.
Supongamos, pues, que hablamos de dolor y de animales. Está claro que la muerte es un hito suficientemente poderoso como para ser esgrimido como argumento, pero no llego a entender por qué esos mismos que deciden lo hacen sólo parcialmente y no luchan por el maltrato a los animales de otras formas e intensidades. Se está en contra de los toros y se esgrime el argumento de si a cualquiera de nosotros le gustaría que le clavaran una puya, unas banderillas y le remataran con un estoque, todo ello aderezado con unos vaivenes a ritmo de capa. La respuesta es obvia. Pero no entiendo por qué no nos preguntan si nos gustaría que nos pusiesen unas antorchas con fuego en la cabeza y, ensogados o no, estuviésemos a merced de una muchedumbre ansiosa de juerga.
En el caso que acabo de apuntar, hablamos de intensidades. Pero hay una cuestión muy tonta que a mí me preocupa sobremanera, que es la cuestión del tamaño. Y la pregunta es muy tonta: ¿cuál es el tamaño que tiene que tener un animal para que nos importe? O igual es cuestión de reinos animales y el asunto es defender más a los mamíferos que a otras especies, no sé. Pero sigo con lo de la pregunta tonta: ¿no sufre una mosca con los envites de un plástico que la espachurra? ¿No le aterra el acorralarla con las cortinas hasta oír un crujido? ¿No es acoso con resultado de muerte el pulverizarla con veneno? Y ahí viene otra pregunta tonta: ¿sufren los insectos con nuestros acosos y veleidades? Y otra más tonta todavía: ¿nos gustaría que hicieran lo mismo a nosotros?
Es un supuesto muy tonto e ingenuo. Lo sé. Pero no puedo evitarlo. ¿Alguien tiene lista la hoja de firmas?
(Imagen de Didier Bier.)
Merche: en mi caso, la URL es un poco rara. Copia y pega esta línea:
http://www.urbinavolant.com/verbavolant/index.php…
Este año, al final, repetimos vacaciones por las Américas, pero esperamos ir a las Baleares para el próximo verano.
Por cierto Raúl, no sé porque pero no te puedo linkear. Google o Blogger me dicen que ese URL no sé qué. Antes de que se me borraran te tenía linkeado. No entiendo qué ha podido pasar. ¿Tu lo sabes? Besotes, M.
Sólo fuí una vez a una plaza y me tuve que ir cuando ví al primer toro de la tarde(estabamos en barrera) vomitando sangre. Nunca más volví. La parafernalia taurina (trajes de luces, peinetas, mantones, botas de vino, estampitas y sobre todo carteles anunciadores) me encantan.
Pero lo de Cataluña no ha tenido nada que ver con los toros ni con el mal trato animal, eso no se lo creen ni las vaquillas (algunas de las cuales putean bien puteadas en un montón de pueblos). Los políticos deberían solucionarnos los problemas existentes, pero como no son capaces, crean problemas inventados que realmente no nos afectan.
Ay, Raúlito, desde que me desaparecieron los links, veo que me he perdido tres posts–El corazón es el corazón, El laberinto, Dura Lex, sed lex. Bueno, te comento éste de los toros. A mi me da exactamente igual si prohíben los toros como si no aunque no me gusta la palabra "prohibir". Cada individuo tiene la libertad de hacer de su capa un sayo con tal de no molestar al prójimo. Y los animales, a través de la historia, siempre han sido "carne de cañón". Se les ha cazado, matado, triturado, para alimentarnos más que nada. Las corridas de toros por lo menos son igualitarias (menos los rejones y banderillas) entre el hombre y la bestia, ahora, NO lo son los que llevan fuego en los cuernos o los de Tordesillas para el entretenimiento de la plebe. Esos sí que deberían ser borrados de la faz de la tierra. Besotes, M.
P.D. ¿Vas a Ibiza al final?