El yoga y lo demás. Reflexiones desde una esterilla

El espacio que podemos necesitar para sentirnos libres es el de una esterilla de yoga.

Emmanuel Carrère, en su novela Yoga (2020) dice algo así, más o menos, como esto. He leído con mucha atención este libro, pero, pese a su brevedad, me he demorado mucho más de lo habitual. La temática de la novelas, que, de primeras, parece bastante banal, va complicándose. Porque es un libro sobre lo que es el yoga y la meditación y lo que contienen estas dos prácticas para la existencia, pero también un libro sobre todas las complicaciones, todas las contradicciones y todos los equilibrios que parecen, conjuntados, aunar y separar una cosa de la otra.

Prueba de ello es la cantidad de definiciones que van esparciéndose por la novela al hilo de reflexiones de una vida que, en una lucha permanente por la armonía, a veces se quiebra: «bastaba con contar lo que me pasaba. El problema es que no sé lo que me pasa y no estoy ya en condiciones de contar ni de contarme nada. Para vivir se necesita un relato, yo ya no tengo ninguno».

El vivir requiere un tiempo y un espacio. Es cierto que, si somos capaces, de ceñirnos a esas reglas, si somos capaces de respirar sin que se nos escape el aliento, si somos capaces de ser consciente de que, en un espacio muy reducido tendremos todos los movimientos que nos proporcionan fuerza, flexibilidad, adaptación al cuerpo y enganche con la mente, la cosa funciona. El problema es que no sé si la gente se libera de los problemas porque hace yoga o hace yoga para liberarse de los problemas.

Vaya por delante que no creo en el yoga ni en la meditación en sus dimensiones espirituales. Si he practicado yoga, ha sido por motivos meramente físicos, consciente de que me iría bien para determinadas cosas. Pero nada de iluminaciones, transcendencias ni zarandajas. Y, del mismo modo que creo que las cosas pueden no ser para siempre, estoy convencido de que el yoga menos todavía en esas dimensiones.

Por eso, cuando el tiempo y el espacio se hacen relativos, cuando no hay modo humano ni inhumano de controlarlos, cuando la cabeza se te desboca y se va despedazando por el cuerpo, la esterilla puede convertirse en un salvavidas, de acuerdo, pero en medio de un mar inmenso, sin costas a la vista. O pasa un barco, una lancha o un helicóptero o solo vivirás un tiempo muy tangible aferrado a un espacio.

Para vivir, nos hace falta un relato. Un planteamiento, un nudo… y algo que lo desenganche. Que puede ser, sí, un desenlace.

La imagen es de René Slack.

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