Ando preocupado, lo que es una perífrasis casi convertida en realidad. Porque lo que me pasaba es que corría preocupado. O no, corría y me preocupaba. O yo qué sé.
Sigo con mi disciplina inmisericorde de entrenamientos para correr una prueba el día 18. Estaba el otro haciendo series y no podía correr rápido, era imposible. Mi cuerpo no obedecía ni para atrás ni para adelante. El cronómetro marcaba tiempos de risa y reflejaba en mi cara, a modo de espejo y de burla, mi desesperación. O mi preocupación, yo qué sé. En los últimos días, no es una excepción. No me pasa nada y me pasa todo. O me pasa todo por la cabeza, yo qué sé.
Nunca me había ocurrido esto tantos días seguidos, tantas sesiones seguidas, con repetidas tentativas frustradas. Entre todas las palabras que se me ocurren sin mirar el diccionario, se me ocurren resignación y aceptación, pero son palabras que tiendo a no comprender. O a comprenderlas resignado, yo qué sé.
Los días se repiten como gotas de lluvia en el charco de la mirada y me planteo qué camino tomar, si el asfaltado, el de grava y arena, el del sillón. Sé qué es difícil de entender, pero una de las cosas que más me gusta en el mundo es correr en cuesta. Cuando llega esa parte, respiro hondo, aprieto el ritmo y todo lo malo pasa a mi alrededor mucho más rápido que el paisaje, que pasa transcurre para quedarse en algún lugar de mi corazón.
Entre todos las alternativas (o los laberintos, qué sé yo), lo seguiré haciendo, lo seguiré intentando. Quizás algún día vuelva a correr rápido, como antes. O no, yo qué sé.
La imagen es de Gregor Smith.