Paseaba el otro día por una lugar céntrico de mi ciudad cuando vi a una familia que estaba a unos dos metros de un paso de peatones en un carril para bicicletas. Justo en ese momento, aparecieron dos jovencitos montados en un patinete eléctrico, que, como una exhalación, pasaron por el carril sin detenerse.
El padre de familia, protector, dijo a los suyos que tuviesen cuidado y recriminó a los dos chicos (tendrían unos dieciséis años) que no se detuviesen para dejarlos pasar. Uno de ellos, el que iba detrás, se giró y sonrió, no sé si como gesto de disculpa o como acto de burla hacia el padre.
Para más detalles, diremos que ninguno de los dos chicos llevaban casco. En definitiva, nos encontramos ante varias infracciones, puesto que el patinete es un vehículo de movilidad personal apto solo para el uso de un único individuo, el casco es un elemento de uso preceptivo y la prioridad en todos los pasos de peatones debidamente señalizados es para los viandantes. Un caso de manual, vamos.
Sin embargo, yo me sigo preguntando si un patinete debe detenerse en un paso de peatones.
El padre se puso hecho una furia y continuó con las recriminaciones hasta que los chicos se perdían casi en la línea del horizonte. Iba dando muestras y conocimientos de urbanidad infinita no solo a los perversos infractores, sino a todos los que querían escuchar su sabia indignación. Yo no es que quisiera escucharle, pero era casi imposible no oír todo lo que gritaba a los cuatro vientos. Además de todas las infracciones habidas y por haber, el padre sentía en sus carnes también el escarnio y la sonrisa irónica como premio inmerecido a todo el peligro por el que habían pasado él y toda su familia.
Si me preguntáis si un patinete debe detenerse en un paso de peatones (o por cualquiera de los otros actos nefandos cometidos por los dos chicos), os tengo que dar la razón. La preferencia siempre la tiene el peatón, como dice la normativa y el sentido común. Y, sin embargo, me sigo inclinando del lado de los usuarios del patinete.
Lo que ocurre es que los pasos de peatones también los conocemos como «pasos de cebra», por eso de las líneas negras y blancas. Y me ha faltado añadir un pequeño detalle: los dos chicos del patinete eran negros, los componentes de la familia eran blancos y el padre añadió a todas esas lecciones, entre escupitajos: «¡Negros de mierda!».
Y ahí quedó la cosa. La docena de personas que habíamos escuchado a este recto ciudadano defendiendo sus derechos y el sentido común sentimos estupor, indignación, rabia y asco. Algunos se lo recriminamos duramente. La mujer nos hizo un gesto de disculpa, cogió a su marido de la mano y le hizo atravesar ese paso de peatones. Ese paso de cebra, combinación de líneas ordenadas, negras y blancas, que a veces dicen mucho de nosotros y son capaces de que algunos vomiten sus asquerosos prejuicios entre lecciones de urbanidad y seguridad vial.
Con imagen de Pablo Saludes.