Estoy en la piscina de verano, descubierta, transparente. Busco un sitio a la sombra del magnolio para pasar la tarde. Unos pocos frutos secos, una botella térmica con un poco de horchata. Dos libros en la mochila.
Veo las caras de siempre. Los cuerpos, a veces, ya no son los mismos, han mutado hacia otra cosa. Personas a las que veo de ciento en viento, de año en año. Reconocibles solamente en bañador y en la piscina, ausentes de cualquier otra parte de los universos extraños al estío.
Me meto en el agua, con ese frío inicial que, si persistes en el nado, te tonifica o te martiriza. Mismos ejercicios, mismos rituales. Me ducho y me seco al sol.
Abro un libro y respiro aire de verano.