He escrito, aquí, en este blog, ciento tres entradas que están en formato de borrador, sin ser publicadas. Hay cerca de cincuenta que permanecen en «privado». Todavía no sé la razón de para qué escribir en un espacio como este para que no lo lea nadie, salvo uno mismo. Tengo cerca de quinientas anotaciones con ideas, frases, relaciones, enlaces.
Reviso esta tarde algunas de esas notas, unas cuantas de esas entradas privadas, una parte cumplida de esos borradores. Mi intención era rescatar alguno de esto últimos, sobre todo aquellos que estaban ya casi finalizados. Lo he descartado, abandonando esas palabras en el limbo de los injustos.
Luego he dudado si escribir una historia nueva. Un nuevo diálogo lleno de intensidades en el que los personajes se preguntaban por cuánto tiempo pueden durar en la vida las cosas intensas. ¿Tantas como uno quiera? ¿Tantas como deseen aquellos que integran esos actos únicos, íntimos e intransferibles? Los personajes se decían cosas al oído después de quedar exhaustos por las circunstancias de sus vidas.
El diálogo me parecía difícil en su ejecución. En los diálogos se dicen tantas cosas que es problemático aprender a callarlas. Así que he pensado que un «blogólogo interior» será un vehículo perfecto, lleno de ideas incontenidas e incontenibles exentas de puntuación y con riendas sueltas para que los sentimientos que van a caballo de lo que se quiere, de lo que se ansía, de lo que se adora, de las cosas con las que uno se siente en el séptimo cielo o en el séptimo de caballería, tanto da.
Y, por último, me planteo escribir algo en «querido diario dos puntos», en el que interior se da la vuelta haciéndose explícito.
Pero, en tiempos de exposición, valoro cada vez más los borradores, los pensamientos privados. Y el silencio lleno de gritos hacia el cielo.
Con imagen de Viktor Kirilko.