ÉL. Mira, vamos a escuchar una canción.
ELLA. No tengo muchas ganas de canciones ni de gaitas. Y mucho menos de las tuyas.
ÉL. Qué va, no es de esas. Es una canción de Ana Mena.
ELLA. ¿Me estás vacilando?
ÉL. No, nada de vacilar. Te voy a poner un poco de música ligera.
ELLA. Anda, que no la he escuchado… El otro día le hicieron una entrevista en «¡Buenos días, Javi y Mar!». Y la pusieron. No está mal. Pero Ana Mena no es tu estilo.
ÉL. Bueno, hay un tiempo para cada cosa. En horas de temporal, en momentos de inquietantes silencios, en los instantes en los que necesitamos escapar del dolor, cuando parece que no hacemos más que atravesar escombros y ruinas, música ligera: palabras y notas sin mucho misterio.
ELLA. Vivo momentos en los que la música tiene que ser ligerísima, que percuta en mi cabeza como una pluma suave que me haga no pensar en nada.
ÉL. Marchando una de música ligera. Para que no te sientas ausente en ese pozo de preocupación.
ELLA. Claro que sí. Porque sí, porque nos da por ahí. Hoy no quiero pensar más de la cuenta.
(Es una entrada que pertenece a la serie Diálogos, aunque también tiene un poco de Canciones prosificadas, la «Música ligera» de Ana Mena —versión de «Música Leggerissima»— y una miaja la de Pereza con el mismo título. Y con imagen de Will Fisher).