No sé muy bien lo que es el equilibrio. Me acuerdo del juego infantil de los balancines, en el que la mesura inicial y mi tendencia atávica a la seguridad me llevaba a la inacción hasta que el niño que tenía en frente me hacía descubrir ese lado divertido y terrorífico y desconcertante que suponía el desencajarte, tener que sujetarte con fuerza y temer lo que estaría por venir, que podía ser esa mezcla de arena y piedrecitas de la salías con un algodón chorreante de agua oxigenada.
No sé muy bien lo que es el equilibrio. Por mucho que defendiese en mis clases de filosofía a Parménides como abogado del diablo y me diese por enarbolar los argumentos de Zenón de Elea con Aquiles y la tortuga, con flechas o con cualquier aporía que estuviese al alcance. Pero luego llegaba Heráclito, con ese movimiento que se demuestra andando, con ríos y fuegos y seres que somos y no somos los mismos.
No sé muy bien lo que es el equilibrio. Por mucho que mi cabeza parezca que tienda al orden, a la triangulación y los círculos perfectos, que solo habitan en el exterior y tienen poco que ver con mis adentros. Una cosa es intentar que todo encaje, nadar y guardar la ropa, pensar en el paso que vas a dar para no caerte y otra cosa muy distinta es la procesión que va por dentro. De hecho, ni se me ocurre acercarme a menos de un metro de un precipicio. Porque estoy convencido de que el equilibrio es una entelequia y siempre hay una pierna que flojea, una superficie resbalaliza y un imprevisto que te arroja hacia los abismos.
No sé muy bien qué es el equilibrio. De hecho, siempre que he intentado pintar, la bazofia ha resurgido de intentar emular mis queridos neoplasticismos confundiéndolos con un exceso de simetría. Y no puedo dejar de sentirme fascinado por los excesos, las manchas, la tensión y las ausencias. Amo el arte y la literatura y el cine equilibrados, pero me desato cuando me sacan de las casillas, de los finales y de los principios ordenados.
No sé muy bien lo que es el equilibrio. Y esto no es una crítica hacia nadie, sino una constatación que me hago ahora y aquí para mí mismo. Diría que la vida es zozobra, miasma y que lo demás son ansias de que todo sea de colores más cercanos al rosa. También quiero que conste ante notario que mi pensamiento girase en torno a otras órbitas, que pudiese condensar el universo en frases bellas que conjugasen con esa congratulación cósmica.
Mientras tanto… Una mierda el equilibrio.
La imagen es de GLAS-8.