Nos dejamos llevar por la novedad. Atentos al último lanzamiento editorial, a lo recientísimo de las listas de Spotify, al estreno en cualquier plataforma de la película o de la serie de turno, tendemos a olvidar a todo lo demás o, al menos, a relegarlo de manera casi definitiva.
Yo también dejo ser acunado por los vientos de lo reciente, pero, el otro día, rescaté un libro que tenía pendiente desde hace lustros. Bartleby, el escribiente es un relato maravilloso escrito por Herman Melville a mediados del siglo XIX. Melville sorprende siempre por su modernidad. En este caso, Bartleby trabaja como pasante en el pequeño bufete de un abogado neoyorquino. Todo marcha a la perfección hasta que, ante un encargo de trabajo, el pasante dice: «Preferiría no hacerlo». Y esa es la frase que marca el devenir del relato, ante la incredulidad y estupefacción (no exenta de lástima) de su jefe.
Es inevitable que aflore en nosotros, desde la primera vez que escuchamos a Bartleby y a medida que se reafirma en su no-acción, la misma inquietud que tiene el abogado. Lo que ocurre es que, además, y de modo paralelo, van sobrevolando las teorías que lo justifican. A mí me llevaron desde el postulado de la resistencia pasiva a la antesala de la narrativa de Kafka.
Preferiría no hacerlo.
En un mundo en el que estamos predispuestos a la acción y al sí, encandila que alguien se plante. No se trata de rebeldía. Se trata, más bien, de algo mucho más profundo (o de algo mucho más superficial, no sé, a veces pienso lo uno y a veces lo otro).
El relato se lee muy rápidamente, aunque el poso no se olvida y traspasa los días. Dejo al lector que no haya leído a Melville con la duda de cuál será el futuro de Bartleby.
Por mi parte, pienso en este trabajador, en este pasante atípico. Y en la de veces que he dicho que sí.
Imagen de Vakas.