Historias de alumnos – Felices 37, Nerea

Historias de alumnos es una de las secciones que más quiero en este blog y una de la que más me inquietan. Tengo tantos alumnos y alumnas por incorporar, tantas cosas que contar, tantos detalles entreverados que insinuar, que, al final, es una sección que tengo siempre en la cabeza y que no llevo a estos papeles volantes.

Sé a ciencia cierta que algunos están esperando su «historia» porque he hablado con ellos, se la he prometido, pero tengo dos que van a ir por delante. Se trata de historias de alumnos de los que ya he contado, de los que ya he hablado.

Y hoy va dedicada a Nerea, de la que dije esto hace dos años (no seáis perezosos y dedicad unos minutos a su historia inicial):

Como adivináis en el título de la entrada de hoy, Nerea cumplió el otro día 37 años. La resta que tengo que hacer para calcular el momento en el que la conocí es cruel porque delata que soy ya mucho más viejo, pero también satisfactoria porque los años han pasado y sigo sabiendo mucho de su vida. Podría haberle mandado un escueto mensaje para felicitarla, pero he preferido hacer —hoy— esto.

En el fondo, la historia de hoy no la cuento yo. Si leéis la entrada que le dediqué, os podéis hacer una idea del aprecio que siento por ella. En el fondo, hoy quiero hablar un poco de ella a través de las historias que nos cuenta.

Muy frecuentemente, Nerea escribe en sus redes sociales. Yo la leo siempre con mucho interés porque me gusta mucho cómo cuenta las cosas. Nos va desvelando pequeños secretos, intimidades, anécdotas, anhelos y fracasos. Destacan especialmente los momentos en los que nos cuenta sus viajes.

Cuando leo a Nerea, siento un pequeño pozo de tristeza por lo que afecta a los sueños no cumplidos, pero también un gusto por la manera en la que ha sabido afrontar su vida. Y, por encima de todo, me quedo con esas lecciones positivas con las que interpreta su presente a partir de su pasado.

Sé que Nerea se lamenta por lo que no ha podido ser y suceder. Pero la veo en las fotos que cuelga de su familia, de sus amigos, del trabajo, las imágenes de esos lugares soñados a los que ha viajado y es fácil adivinar que Nerea es una persona valiente que sabe enfrentarse al día a día. Nunca hay que olvidar el pasado, pero siempre es deseable recorrerlo con los ojos nublados de futuro y proyectarlos luego a un presente al que, si se le pasa lista, cumple de sobras con los objetivos.

Ella no lo sabe (o no sé si lo sabe, la verdad), pero su manera de contar es precisamente eso: un repaso por los dolores, una base de sueños cumplidos y una mirada que siempre se proyecta en el horizonte. Todos somos conscientes de que, mirando al cielo, al mar, a la naturaleza, a una calle, a un edificio, o elevando la vista hacia un rascacielos, esa mirada es, también, una introspección sobre los rincones de nuestra vida, aquellos que nos han habitado y aquellos en los que viviremos. Leer lo que nos cuenta Nerea es tener la sensación de que es una persona en reflexión tensa y serena a la vez, pero siempre perpetua. Leer a Nerea, a veces, es ponerse triste para, de manera casi inmediata, sentir un halo de esperanza. Su manera de escribir, en el fondo, es como su manera de sonreír, siempre sugiriendo, siempre guardándose algo en la recámara.

Yo sé que Nerea me tiene aprecio, que considera valiosos los momentos en los que nos pudimos detener en clase haciendo de la reflexión y la lectura un momento para aprender, pero también para disfrutar. Lo que no sabe Nerea es que yo no tengo ningún mérito, que soy un impostor. Si algún pequeña minucia positiva he tenido como profesor, ha surgido de los momentos en los que me he limitado a ser un espejo. El espejo en el que ellos aprendieron a verse. A proyectarse.

Y así me encuentro hoy, muy feliz por seguir disfrutando de la vida de Nerea en imágenes y en palabras. Ella también ha aprendido en desdoblarse en espejos multicolores para que, con sus ventanas de ficción, nosotros sigamos viviendo nuestras vidas.

Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. La foto se la he robado a Nerea.

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