Algunos piensan que no es necesaria ninguna fórmula mágica para contar hasta quinientos. Se trata de un número redondo y par que podemos contar por unidades, por decenas y por centenas en un pispás. A pesar de ello, creo que es conveniente que revisemos la manera que tenemos de contar para llegar hasta ese número.
Quinientos es un número fácil para contar como eso, como un número. Pero a mí me interesa, hoy, saber exactamente cuál es el alcance del número quinientos. Voy a hacer una cosa y os invito a que realicéis este proceso conmigo: contemos a cada persona como unidad hasta llegar a quinientos. ¿Seremos capaces de «nombrar» a quinientas personas conocidas y relacionadas, de alguna manera, con nuestra vida?
Nos contamos a nosotros, eso es fácil: ¡uno! A nuestra familia más directa, que también es muy sencillo. Los que tengan familias muy numerosas, alcanzarán pronto una cantidad considerable. Pero vayamos a las parejas de los primos y de las primas. Igual les ponemos cara, pero no sé si tenemos siempre un nombre para ellos, para ellas. Si tienen hijos, la cosa se complica. ¿Cómo va la cuenta? Insisto: tenemos que llegar a quinientos con sus nombres.
Para llegar, creo que no nos va a dar con la familia. Tenemos que acudir a los amigos. Empecemos a contar, siempre que no sean los que tenéis en Facebook (¿seríais capaces de asegurar que conocéis con caras y nombres a vuestros contactos en las redes sociales o en la agenda de vuestro teléfono? Decía que vayamos a los amigos. ¿Tenéis muchos? ¿Cuántos os salen? Seguramente, tendremos que tirar de memoria para ir rescatando a algunos que teníamos escondidos. Tenemos una ventaja: conocemos a algunos familiares de nuestros amigos, de nuestras amigas: padres, madres, parejas, hijos e hijas. ¿Sabéis todos sus nombres?
Como con los familiares y amigos no alcanzamos los quinientos, podemos seguir por otras vías. Por ejemplo, podemos acudir a los que fueron nuestros compañeros cuando estudiábamos. Esto es un buen recurso, porque nos podemos acordar de Juan Luis, de Joaquín, de Sonia, de Yolanda, de Susana y de Nacho, a los que no rescatábamos hace siglos. Si os pasa como a mí, muy pronto tendréis el reto de intentar acordaros de esas personas que convivieron muchos años con vosotros y a los que ahora no podemos poner nombre.
Si trabajáis, tenéis otro paso ganado. Enumerad los nombres de las personas que trabajan con vosotros. Dependiendo del trabajo, pueden ser muchas. A mí, desde luego, me salen unas cuantas. Si habéis tenido una vida laboral larga y accidentada, os podéis acordar de jefes anteriores (en algunos casos, de toda su familia, pero eso no cuenta ahora), de personas con las que coincidisteis. Seguro que mantuvisteis una gran relación con alguno, que salisteis a cenar en pareja. ¿Os acordáis del nombre de cada excompañero, de cada pareja?
Como soy profesor, tengo vía libre para el filón de los alumnos y de los exalumnos (por supuesto, cuando pongo esto en masculino nunca hay que olvidar el necesario desdoblamiento). Presumo de buena memoria y me van saliendo como churros, con nombres y apellidos, pero mi seguridad empieza a flaquear cuando intento concentrarme.
No sé cómo vais vosotros, pero yo no he llegado a quinientos ni con mucho. Se me ocurre que podemos tirar del vecindario, de los comercios en los que compramos. Porque, de momento, estamos moviéndonos en el mundo «de verdad» y no el de las ficciones televisivas, musicales o literarias, por poner tres ejemplos.
Reconozco mi desesperación. He ido buscando y rebuscando y no he pasado de los trescientos y pico. Me queda un mundo para conseguir el reto.
Si os ha pasado como yo, os dejo que vayamos haciendo excepciones. A los (pongamos) trescientos cincuenta, vamos a sumarles directores de cine (¿cuántos sois capaces de enumerar?), directores de orquesta, novelistas de vanguardia, cantantes de reguetón, premios nobel de Medicina, grandes inventores, tertulianos de La Sexta. Como no alcanzo los quinientos, me estoy acordando de que no había contado a los amigos (y amigas, claro) de mis padres.
No sé. Quizás sea capaz de llegar, aunque lo dudo. Si vosotros lo habéis conseguido, os pido un último favor: a esa lista casi imposible de quinientos nombres con sus caras, sumad veintitrés. ¿Qué por qué? Lo vais a saber enseguida.
Ayer leí en la prensa que habían muerto quinientas veintitrés personas en nuestro país por coronavirus. Quinientas veintitrés personas que tenían caras, nombres y apellidos, que eran hijos de alguien, primos de alguien, parejas de alguien, compañeros de trabajo de alguien, amigos de alguien, amigos de los padres de alguien, que estudiaron con alguien… y que ahora ya no están. Quinientos veintitrés hombres y mujeres.
Cuando, día a día, los medios de comunicación vayan cantando las víctimas como en un bingo, volved a poner la cuenta a cero. A mí, desde luego, me entran ganas de llorar.
Me ocurre a mí, hoy, que necesito poner nombres y caras a los números. Para entender qué coño nos pasa.