Hay momentos en los que soy perfecto.
Estos momentos se producen siempre a primera hora de la mañana en los días que salgo a correr. Son trayectos a veces cortos, otras veces mucho más largos, pero siempre están en subida. Caliento en casa de forma intensa sabiendo lo que me espera. Salgo del portal y aprovecho para tirar el plástico en el contenedor. Miro hacia el reloj, aprieto y comienzo. Si tengo suerte, no tengo que pararme en los semáforos (la experiencia me ha enseñado a desentrañar y descubrir la frecuencia de los colores).
Me pongo a correr siempre con la intención de llevar un ritmo tranquilo y sigo al pie de la letra mis propósitos hasta que llega el momento de subir. Puede ser a través del minitrayecto que va desde mi casa hasta al Castillo Puede ser en el peregrinaje de devoción atlética que me lleva hasta la Cartuja de Miraflores. Puede ocurrir que tome la Cartuja como medio para llegar, atravesando arboledas, hasta Fuentes Blancas y suba para abrazar la tapia del monasterio por su lado opuesto.
En todos esos casos, empieza la cuesta y enciendo el ritmo. Voy pidiendo más y más a todo mi cuerpo, pongo mi corazón a prueba, mi respiración casi no da más de sí, pero no cedo. Alargo la zancada, intento ajustar la técnica, abro más las manos para ganar en impulso. Cuando quedan unos pocos metros, acelero todavía más. Y llego.
En esos momentos, casi siempre me encuentro solo con las primeras luces de la mañana y vislumbro esa mezcla maravillosa de naturaleza y arquitectura. Con la Catedral ofreciéndose, entre la niebla, solo para mí. Con la Cartuja construida solo para que yo la vea y la contemple y la disfrute.
Son momentos en los que sonrío brevemente y en los que soy auténticamente perfecto. Momentos en los que me he merecido cada brillo de luz, cada trozo de nube, cada destello de un sol que aparece tímido, cada copo de nieve que estreno.
Más tarde, toca descender. A veces a un ritmo vertiginoso, otras de forma más calmada. Y, después, todo lo que queda del día voy perdiendo perfecciones, voy cediendo poder en los detalles. A mediodía ya soy una persona normal. Y, cuando toca la hora de dormir, ya soy un pobre hombre intentando conciliar el sueño en medio de todas sus miserias.
A veces, sueño que me despierto y que me pongo a correr y que llega un día que asciendo y asciendo para no bajar jamás.
Esta entrada está ilustrada con fotografías que he sacado en los poquísimos momentos que me detengo para captar el momento y que no se me olvide todo lo que he vivido.
Las fotos son impresionantes <3