Esta tarde he vivido un momento tristísimo. Estaba contestando los últimos correos laborales de la jornada confiando en los descubrimientos semanales que me ofrece Spotify eligiendo melodías en función de las canciones que más me gustan. Me encanta encontrarme con canciones que no conocía o volver a toparme con viejas conocidas que había olvidado y recurro a esta lista que se renueva cada semana.
La cosa iba estupendamente bien cuando, al poco tiempo, ha saltado la canción «Wonderful Life», de Black. Era una de las canciones preferidas de una de mis amigas de infancia, adolescencia y juventud. Recuerdo como si fuera ayer cuando íbamos en el coche de su novio y ella ponía siempre la cinta de Black, que siempre creaba un momento mágico de serenidad. Hace bien poco, sin avisar, una enfermedad la fulminó en muy pocas semanas. La noticia nos vino de sopetón, sin aviso previo, sin que hubiese una manera de que nos protegiésemos de esas sorpresas desagradables con las que la vida, cada vez más frecuentemente, nos acaba sorprendiendo.
Y, ahora, la mala suerte ha hecho que escuche de nuevo, muchos años después, esta balada tan dulce, que nos cuenta la historia de alguien que sale a un día soleado, con el pelo y los sueños mecidos por el aire, con gaviotas que se reflejan en sus ojos, experimentando la magia del universo por todos los rincones. Sin ninguna necesidad de esconderse, era suficiente con disfrutar de esta vida maravillosa. Con el sol en tus ojos y el calor en el pelo, esta estupenda vida nos basta. La felicidad se consigue evitando la soledad, con un amigo a tu lado, compartiendo ese momento de goce frente a la existencia, ante el cielo y ante el sol. Sin ninguna necesidad de reír ni de llorar, disfrutando de esta vida maravillosa.
Ella, sin embargo, ya no está para ponernos «Wonderful Life». Nunca me ha costado tanto prosificar una canción.
Que dificiles son las cosas bellas a veces