Hoy quiero contar de forma rápida un conjunto de cosas que me han pasado a lo largo de la semana.
La primera tiene que ver con una árbitra. Estaba viendo un partido del Autocid en la LEB Plata y se daba la circunstancia, afortunadamente nada extraña ya, de que los árbitros fueran dos, como siempre en esa liga, chico y chica. Es una cosa en la que ni siquiera reparo porque no tiene nada que ver con el juego. En todo caso, las primeras veces que ocurría me alegraba pensando que ya era hora de que arbitrasen mujeres en las ligas masculinas.
El caso es que el partido estaba todavía en los prolegómenos del calentamiento y un individuo que tenía delante decía a su amigo de al lado con voz bien alta lo guapa que era la árbitra. Cada uno puede pensar lo que quiera sobre el aspecto físico de las personas que están a la vista y valorar su edad, su estatura, su cabellera o sus orejas. Incluso puede comentarlo a quien quiera, faltaría más, siempre que sea una conversación privada entre personas que quieren hablar de lo que les salga de las narices. Pero el tipo, al que llamaremos ya directamente el idiota, lo dijo con una voz rasgada y un volumen que no venía a cuento.
Todos los idiotas, al parecer, están encantados de reconocerse como tales porque lo de la árbitra guapa lo sacó a relucir alguna vez más. Lo auténticamente vomitivo aconteció cuando lo gritó un par de veces en voz alta a lo largo del partido para que ella lo oyera. Los árbitros están acostumbrados a todo menos a que les llamen guapos. Pero está claro que aquí nadie tenía por qué alegrarse de las ocurrencias de un tipo que tendría que callarse o ser más educado o yo qué sé. Pero es demasiado pedirle estas cosas a un idiota.
La segunda tiene que ver con Twitter. La policía municipal escribía un tuit contando el altercado ocurrido entre unos corredores y un ciclista. Este último debió sacar el candado a pasear por la cabeza de alguno de los corredores y se armó la de dios es cristo. Resulta que la policía, en una frase posterior hablaba de «el conductor». Yo les dije que el tuit no quedaba claro y ellos me respondieron que el que conduce era conductor, cosa obvia que todo el mundo sabe. Y yo les dije que, pese a ello, si dicen ciclista la cosa está más clara. Porque si yo cuento que «Un niño de siete que iba en bicicleta con su madre tuvo un problema por el carril bici. Una anciana iba a cruzar y el conductor no respetó un paso de peatones» la cosa no queda clara. Sin embargo, hubo cinco personas que le dieron un me gusta a la contestación de la policía sobre el concepto de conductor. Un listo incluso me dijo que me habían dado un rasca en toda la boca. Y yo me quedé pensando profundamente en esos cinco «me gusta» y me daba pánico la manera que tienen algunos de entender el mundo.
En resumen, al menos cohabitan en este mundo un idiota y cinco personas de pensamiento leve en este mundo. O, al menos, eso he podido descubrir a lo largo de esta semana. A algunos les parecerá poco, claro, aunque lo de la árbitra «guapa» no sea algo menor. Eso es que no han vivido la historia que ha ocurrido hoy en mi despacho durante cuarenta minutos interminables. Una historia que no contaré porque no tengo palabras.
La imagen es de Olle Svensson.