Cuando, aburrido, miro por la ventana, invento otra vida diferente en la misma ciudad. Por si un día me dejas y todo acaba, te pido que pintes las estrellas de plata para que me imagine que estamos los dos a mandos de una nave espacial. Viajaríamos de madrugada, sin que nos haga falta decir ni una palabra. Y, cuando estés despistada, imaginaré que te hago una foto con las nubes blancas como detrás. Desde aquí, en lo alto domino el horizonte donde veía claro el porvenir: tres ilusiones, dos recuerdos. Y ese firmamento que dibuja el caminito multicolor.
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De hecho, más de una vez te he querido abrazar por temor a perderte después y pienso en aquel piloto que sobrevuela e peligro desde que el cielo amenazaba con lloverse. Y hoy, al verte llorar, me he acordado del calor de la casa en aquel invierno y el frío que siento en mi corazón.
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A veces, tengo ganas de fiesta, ganas de que acabe el invierno y vuelva el momento de nadar en el mar. Soñar en el verano me hace más fácil ilusionarme con un cambio de final. Todavía guardo algunos poemas y algunas cartas que nos escribíamos entonces y ahora te harían reír. Me imagino tu cara triste, mi amor de plata. Imagino que todo vuelve a empezar y que seamos delfines viviendo en toda la inmensidad del mar.
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Cuando la rutina pese demasiado, nos iremos en un viaje infinito con esa tonta y maravillosa sensación de libertad. Partiremos hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto, un paraíso de bosques y montañas, donde los miedos y los temores se convierten en paisajes. Sobre un mapa imaginario, dibujaremos caminos y nos invadirá una ilusión desconocida por avanzar entre sus curvas y pedregales. Llegaremos al fondo, ese del que me has hablado tanto, donde los miedos y los temores se convierten en paisajes.
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Procura no cruzar al otro lado, no dejes que te engañe la frontera. Yo me quedaré a vivir siempre, viviendo los momentos de nuestro pasado. No dejes de viajar en tranvías y trenes, recuerda cómo me besabas y acuérdate de esa canción pop que envuelve nuestra vida hasta todos los finales. No te vayas demasiado lejos, quédate a vivir de este lado. Si necesitas olvidar y estar callada, quédate dormida en los hoteles, escucha el rumor de los volcanes y deja bien cerrado tu pequeño mundo, en el que podrás curar cualquier herida. Y, si un día decides volver, rodea tu cabeza con mis manos. Así quiero quedarme. Para siempre.
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El frío de este invierno que me habita, el cansancio y la costumbre, no conocen ni siquiera un ápice de un amor tan bien guardado, atento siempre a tu mirada. El color de los días tristes no consigue apagar nada. Y sigo viendo dos cuerpos abrazados, sobre un amor tan fuerte.
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Ven a bailar y, si te quieres quedar, te llevaré hasta el cielo en mi coche.
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Quisiera ser un planeta que girase alrededor de ti. Tú serías la estrella de mi corazón y conseguirías borrar todas mis huellas. Cuando tengo una pena muy grande, confieso que me encanta mirar tu cara, tan graciosa cuando bebes zumo de limón. Para olvidar esas penas, esos miedos, esa noche oscura, te besaré en espiral cuando no nos mire nadie. Entre tanta mentira y tanta canción, no paro de reír con una sonrisa inocente, demasiado infantil, que me hace pensar qué tonta es la vida y qué grande es nuestro amor. Así que piénsalo, necesito algo más en esta vida: estrellas. O limones.
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(Canciones prosificadas, modificadas y distribuidas a voluntad del sublime disco de Family, Un soplo en el corazón. Con imagen de Silke Remmery).