Tercer día

La prudencia me ha aconsejado que cambie el título de esta serie de entradas. Así, omitiré el «de vacaciones» para no dar cancha a a todos aquellos que nos envidian y nos odian a partes iguales por la asociación inmediata entre profesores y vacaciones, de la que ya escribí hace tiempo. Decido también escribir las entradas a día vencido para dar cuenta de todo el día, no solo de una parte.

Si dijera que el tercer día comenzó, de madrugada, con otro capítulo de Shameless, estaría ya siendo demasiado reiterativo. Solamente me queda hacer dos precisiones, para aquellos que preguntan. La primera, que no es que padezco de insomnio: duermo cerca de siete horas diarias, lo que pasa es que reparto mis tiempos de sueño con una ficción de por medio. La segunda, que esta serie es una falsa comedia que, tras una historia alocada de una familia más que loca, esconde muchas otras cosas.

La Cartuja y el mindfulness

Empiezo el día como dios manda, corriendo, como llevo haciendo desde casi toda una vida los días 25 de diciembre y el 1 de enero. Para mí, correr es una fiesta, una de las mayores fiestas, la fiesta de sentirse vivo.

Cuando corro por la mañana, sean los kilómetros que sean, suelo organizar mi recorrido haciendo que pase, inevitablemente, por la Cartuja de Miraflores. Es mi mindfulness particular. Para cuando empiezo a subir la cuesta exigente por la carretera, ya llevo cuatro kilómetros recorridos y, tras la ascensión, el premio es de primera categoría. Esa sensación de llegar, apenas inaugurado el día, en completa soledad, con ese incomparable edificio, esa maravillosa naturaleza es lo más parecido a la plenitud. Lo que ocurre es que, lamentablemente, empecé mi sesión de entrenamiento demasiado tarde y el mindfulness low-cost se fue a tomar por riau: al llegar al final, me encontré con coches mal aparcados, dos autobuses y una avalancha de gente que salía de misa. Una pena.

Los polvorones del muerto

Luego ha llegado la comida en familia del día de Navidad. No quiero que se me olvide que para mí, otro de los grandes clásicos de la Navidad son los «mazapanes del muerto». Son los mazapanes de Soto marca Segura, que me cautivaron desde niño con una foto que parecía eso, «la del muerto». Desde entonces, tengo al señor Segura en mis pensamientos, en mis oraciones y en mis degluciones. Para el que no conozca «al muerto», ahí va una imagen de la web corporativa:

Libros, lecturas

Olvidaba muchas cosas hechas entre medias y altero aquí el orden cronológico. Todas estas cosas las hice de madrugada, a lo largo de la mañana o de la tarde o cuando la noche acecha. Acabé el libro de Cercas, que me pareció bien, lo que no está mal. He empezado a leer Cómica, de Abella Cienfuegos (ediciones Caballo de Troya, 2019), que me está pareciendo bien. De momento, no llevo más de treinta o cuarenta páginas, pero me gusta.

Me dio por cumplir un deseo que me apetecía desde hace tiempo y me suscribí a la edición digital del The New Yorker, así que veo ahora satisfechas mis ansias de cultureta leía en inglés en porciones intensas.

Luego, empujado por un enlace de mi admirado amigo Daniel Torregrosa, llegué a la entrevista que le hacen al psicólogo Edgar Cabanas en El País a raíz de su libro Happycracia. Tiene más razón que un santo cuando habla de la avalancha de mentiras sobre la felicidad derramadas por los libros de autoayuda, esos que nunca ayudan a nada. Iba a escribir mucho más sobre el contenido de la entrevista y de lo que pienso de todo esto, pero acabo como acaba la entrevista, con unas palabras de Cabanas: «“De la felicidad también se sale. No nos obsesionemos con ella”.

Pelis y documentales

Como ya he comentado, veo las series, las películas y documentales «por fascículos». Al que no le guste, lo siento, pero yo administro mis tiempos como quiero. Entre la Nochebuena y el día de Navidad, veo siempre Qué bello es vivir. Lo hago por muchas razones que no puedo contar de forma detallada. Lo resumo aquí diciendo que es un cuento navideño que me gusta. Que, pese a su aparente simpleza, cada vez que la veo descubro algo. Que le encantaba a mi padre y daría lo que fuera por que él viviese, por verla juntos una vez más.

También estoy viendo La caída del imperio americano, de Denys Arcand. No había vuelto a ver nada de Arcand desde aquella mágica Jesús de Montreal, así que se merece una oportunidad. Y me faltan algo así como cuarenta y cinco minutos, pero la historia me atrae. Tiene tanto que ver con todo lo que estoy contando en esta entrada y lo que me queda por contar que me resultaría pedante pormenorizarlo.

También he disto la TED talk de Chimamanda Adichie titulada «El peligro de la historia única». Llegué hasta aquí gracias a una de sus contribuciones en el periódico La Verdad.de ese gran escritor que es Miguel Ángel Hernández. Si no habéis leído El dolor de los demás, no sé qué diablos hacéis perdiendo el tiempo aquí. El vídeo, que dura menos de veinte minutos, me parece fundamental. Proporciona unas claves esenciales para entender y encuadrar adecuadamente todo tipo de historias: las individuales, las colectivas, las geográficas, las que afectan a las clases sociales y las que afectan a la formación y a la cultura. El sesgo de creer entender todo entendiendo solamente una parte es uno de los mayores peligros que acechan a nuestra mente, que desea constreñirse, engatusada en el regocijo de lo pequeño y manejable, huidiza de lo complejo y grandes que son nuestros mundos.

Música

Por supuesto, la música me ha acompañado durante este tercer día de Navidad, uno de esos días que ya sabéis que no me gustan. La primera canción que he escuchado, ha sido «Last Christmas», de Wham! La he puesto porque me gusta y porque, en 2013, prosifiqué esta y otra en «Un día de Navidad en dos canciones». Me ha acompañado Joe Crepúsculo con «Mi fábrica de baile» y «Música para adultos». He escuchado La pasión según san Mateo casi en bucle.

Confieso que, como casi todas las noches, el momento crítico es el de acostarse, cerrar los ojos y que llegue el miedo.

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