Soy el tipo menos hábil del mundo. Escribo sobre mi segundo día de vacaciones eligiendo el momento menos propicio, cuando todo el mundo está de camino hacia algún sitio en el que pasar un rato de langostinos y de turrones, cuando todo el mundo está en esa espera en la que queda con los amigos para apurar una cerveza, un vino, una copa de cava hasta el momento en el que se desplace a esa ingesta de langostinos y turrones.
Hoy ha sido un día raro. He vuelto a realizar esa paradiña nocturna a la que ya estoy acostumbrado para volver a Shameless. Tenía una mañana llena de proyectos, que se han quedado en otro capítulo de Shameless, un tiempo más largo del que deseaba para solventar cosas del trabajo a través del correo y, eso sí, un buen momento de lectura. No había dicho que estoy leyendo Terra alta, de Cercas. Jamás de los jamases había leído a un semifinalista y a un finalista del Planeta de forma consecutiva, pero Vilas y su Alegría se lo merecían y quería volver a Cercas. Tampoco había dicho que, en esa ronda de libros muy vendidos, opté por abandonar el último libro de Dolores Redondo, que me estaba quitando un tiempo precioso que necesitaba para otras cosas. Estoy disfrutando del libro de Cercas por razones que no sean obvias.
Me he sentido muy ridículo yendo al supermercado a comprar unos panecillos. Había largas colas de personas ultimando el acopio de los víveres sin fin de la Nochebuena y yo, al llegar a la caja, estiro la mano con mi bolsita de un panecillo integral y tres panecillos normales para que me lleguen para la comida y para el desayuno de mañana y pasado en forma de tostadas.
Luego, esta vez sí, he ido al gimnasio. Qué a gusto me siento cuando cargo con las pesas al ritmo de la música. Es una rutina sincrónica en la que, a veces, se me va el santo al cielo sin perder el compás pero perdiéndome en mis cosas. Antes he vibrado un rato. No con la vida ni con la música, sino con una máquina que vibra. La utilizo para calentar los músculos, para endurecer las fibras. Luego, cuando llego al vestuario, me miro al espejo, saco músculo y pongo cara de malo. Qué a gusto me siento.
Prescindo de muchas cosas prescindibles que no quiero contar, que no interesan a nadie. Porque ya os he dicho que no me gusta la Navidad y que me pone de muy mala leche. Esto me afecta solo a mí: me parece estupendo que al resto de la humanidad con mayúscula la Navidad les parezca estupenda. Yo paso sigilosamente.
Acabo por hablar de música. Me doy cuenta de que últimamente escucho mucho a Bach. Hace muchos años, era muy de Beethoven. Luego era muy de Mozart. Pero creo que soy de Bach, definitivamente. El azar me ha llevado a una canción de Morat que explica mucho de mi vida. El dedo en el iPad me ha llevado a «Hungry Heart» de Springsteen. Y ahora, que pongo el punto final a esta entrada, escucho «September», de Earth, Wind & Fire.
La imagen es de Nathalie.