Esta entrada comienza con alguien sobre el que no voy a escribir (hoy), pero que me ha conducido a escribir sobre cuatro alumnos. El alumno sobre el que no voy a escribir hoy me lo encontré el otro día en el gimnasio y va ocupar otra entrada en otro momento. Un comentario que hicimos durante nuestra conversación me impulso a esto, ahora.
He tenido muchos alumnos vinculados con el deporte, incluso profesionalmente. También tengo que hablar de ellos (en este caso, de ellas). Se me acumula el trabajo, está claro. Pero hoy voy a hablar específicamente de cuatro alumnos atletas.
La primera atleta de la que tengo que hablar es de Lucía. Lucía era una chica estilizada, muy delgada, un poco tímida. Las cuestiones académicas, en algunas ocasiones, se le ponían cuesta arriba, pero ella nunca daba nada por perdido. Yo era su tutor en segundo de bachillerato y empecé bromeando con ella la primera vez que sus padres vinieron a hablar conmigo. Eran enormes, gigantes, fuertes. A mí me sonaba su madre porque había jugado al baloncesto. Eran gente maja y agradable. Al día siguiente, le dije a Lucía: «Que sepas que tienes mis asignaturas aprobadas por lo menos con un siete. A ver quién se atreve a suspenderte si luego vienen tus padres a pegarme». Desde ese momento, descubría a una Lucía mucho más próxima y más graciosa. Lucía era una promesa de la marcha atlética. Aunque no eran pocos los momentos en los que nos reíamos del difícil arte de marchar sin que sea sinónimo de correr rápido, el caso es que la chica iba superando pruebas hasta llegar a la selección española en categorías inferiores. Todo parecía apuntar a que Lucía llegaría a ser seleccionada por España para unos Campeonatos del Mundo o para unos Juegos Olímpicos, pero una lesión que perduró en el tiempo hizo que se torcieran las cosas. Así de injusto es el mundo.
Conocí después a su hermano, Ramiro. Le di clase de Introducción a los medios de comunicación e información, una asignatura de 4.º de la ESO de la que ya he hablado en algún momento. Ramiro empezó también con esto de la marcha atlética y no era nada malo. Invirtiendo el camino que suele hacerse de ser corredor a marchador, Ramiro se pasó al mundo de las carreras y queda en muy buenas posiciones en pruebas largas. Como en muchas ocasiones, cuando pienso en las reacciones de clase de mis alumnos, advierto que la educación ha sido para mí un paraíso de sonrisas. Veo como si fuese ahora a Ramiro disfrutando del momento de las clases… cuando eran divertidas.
Hago esta entrada en completo desorden, porque el primer alumno en el que pienso como atleta es José María, de la vieja guardia del BUP y el COU. Cuando empecé a darle clase, yo no sabía de su afición por el mundo del atletismo. Lo que sí llamaba la atención era una delgadez extrema, un cuerpo espigado, ligero, sin peso. No lo recuerdo ahora, pero creo que yo, por aquel entonces, estaba yo haciendo mis pinitos en el mundo de la larga distancia y seguro que hablaría mucho de correr, correr y correr. Poco me imaginaba que José María era de los que corría de lo lindo. Ahora, ya veterano, sigo estando al tanto de sus logros gracias a las redes sociales. Me consuela saber que los buenos corredores también sufren, también tienen malos días, también pasan por momentos de duda. Pero siempre ganan los buenos momentos, en los que el atletismo sirve como lección de vida.
Y acabo, esta vez sí, con el último, Delfín. A Delfín lo tuve de alumno en la universidad, en Comunicación Audiovisual. Como en el caso de José María, era de estos tipos altos, sin carne en el cuerpo, puras máquinas para rondar los tres minutos el kilómetro, algo que los que estén familiarizados con el atletismo saben que está al alcance de unos poquitos nada más. He tenido relación con Delfín porque es un tipo que saca unas fotos magníficas y, hasta hace poco, trabajó como fotógrafo en la universidad. En algunas carreras, tuvo que cambiar la camiseta de tirantes por el trabajo de inmortalizar los momentos en los que corren otros. Siempre he pensado que nadie mejor preparado para captar el momento que alguien que los ha vivido por dentro tantas veces.
Qué gusto me da recordar ahora, juntos, a Lucía, a Ramiro, a José María y a Delfín. Qué identificado me siento… en esta distancia entre lo que soy yo, un aficionado mediocre, con ellos, talentosos y preparados. Pese a esa distancia, existe un vínculo común y mágico entre los que nos dedicamos a dar un paso más rápido que otro. Y es un auténtico gusto el momento en el que te cruzas con alguno de ellos entrenando, en el que no da tiempo más que a levantar la mano y a esbozar una sonrisa, o cuando estás en una línea de salida (nunca me encontraré con ellos próximo en una meta). Y das una mano, un abrazo ladeado y un ánimo. Buena carrera hemos hecho, amigos, buena carrera.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. La foto la he robado de una cuenta de Instagram… Espero que me perdonen.