Escribía el otro día sobre lo que significa no tener un Scalextric cuando uno es pequeño y lo espera con todas sus fuerzas, que no es sino una metáfora sobre lo que ocurre en la vida… si alguien espera un Scalextric.
Visto a toro pasado, el Scalextric es para los que se lo merecen, para los amantes de la velocidad y el éxito, para todos aquellos que esperan algo en la vida y lo obtienen. Ellos piensan que el triunfo procede del mérito y del trabajo, pero no es cierto. El triunfo procede de una razón ignota que se traduce en haber tenido la suerte de que los coches a toda velocidad apretando el gatillo pasasen, un día de la navidad o de su cumpleaños para auparlos hacia algo para lo que estaban predestinados.
No alcanzar esa vida exquisita puede llevar al lloro, al rencor o, simplemente, a la envidia. Habrá alguien que puede pensar que no tener un Scalextric supone, en la vida, mirar un poco de través, con el ceño fruncido, los ojos achinados, un mohín de enfado. Pero no, carecer de Scalextric es una actitud ante la vida que te ha tocado. Enfrentarte a ella más calmado, con un horizonte sin pistas que se montan, sin carreras infinitas. Puede también que sin el sobresalto de derrapar hasta que la vida te arroje a uno de sus confines si sales mal parado.
Querer un Scalextric y no tenerlo te enfrenta, desde muy pronto, al hecho de querer muchas cosas y no obtenerlas, de no esperar demasiado de la vida. También te enseña a que no tener una cosa no significa tener nada. Pronto descubres que hay otras cosas diferentes a las que todo el mundo espera. Incluso, que hay cosas diferentes a las que esperas tú.
La infancia que no es fácil no tiene por qué ser detestable. Yo tuve en mi infancia dos hechos que me conmocionaron. Uno, fue más duradero en el tiempo y yo no era consciente de lo que ocurría. Simplemente, sabía que ocurría algo. Otro, vino de la noche a la mañana años más tarde y yo entonces fui consciente de que lo más terrible que puede llegar en la vida te sacude sin avisar y sin posibilidad de protegerte. Tampoco daremos más detalles.
No tener Scalextric y que la vida te sacuda de forma contundente más de una vez provoca que busques refugio. En la lectura. En los juegos más o menos silenciosos, solitarios. En el paraíso de una imaginación con la que vuelas. En la realidad de una cabeza que te enseña a pensar de forma ordenada para no volverte loco. o que te enseña a desvariar para que el orden no te arañe el futuro. Es fácil sentirse víctima del destino y de las circunstancias, buscar justificaciones para un talante sombrío. Más difícil pero más rentable resulta levantar la vista del suelo y buscar una línea de fuga hacia un horizonte que no se construye con líneas paralelas.
Recuerdo especialmente un día de mi infancia, después del hecho contundente e irreversible. Yo no era consciente de haber entrado en un bucle de pesadillas, de dolor profundo y sordo. Un médico amigo de la familia llegó a casa, me hizo preguntas, me recetó unas pastillas. No sé si ese día o al siguiente o al que sigue al que seguía, me montaron en el coche de una amiga de mi hermana para dar una vuelta. No sé si por propia iniciativa o animado por alguien, abrí la ventanilla y esbocé un grito. En un día de abril, alguien decidió desplazar el techo desplegable del vehículo y me puse de pie (eran tiempos sin cinturón de seguridad, sin medidas estrictas que lo impidiesen). Grité de nuevo, de forma prudente y luego varias veces más, con todas mis fuerzas. Luego me reí con todas mis fuerzas, me senté de nuevo y, mirando por la ventanilla, descubrí que la vida es un viaje muy distinto a la carrera de ese Scalextic que nunca tuve. Un Scalextric que no quiero tener.
Imagen de Pom’.