Confieso que llevo unos días entre atareado y cabreado. Tengo un trabajo casi siempre gratificante, pero hay momentos en los que hay que temer paciencia. Mucha paciencia. Mucha paciencia. Mucha paciencia.
Coincide todo esto cuando estaba leyendo esta mañana algunos artículos del magnífico número de la revista Investigación y Ciencia que dedica su número de diciembre a «Verdades, mentiras e incertidumbres». Por ejemplo tenemos el artículo de Claire Wardle, que habla de las maneras existentes de desinformar en las redes sociales y que pueden acabar en confusión, en caos. Dice, Wardle, por ejemplo, que la conectividad y el uso de la tecnología de las redes no promueve la tolerancia, sino que refuerza de forma más rápida nuestros prejuicios, puesto que tendemos no tanto a razonar como a aceptar como válido todo aquello que coincida con nuestras creencias: el sesgo de confirmación, del que también habla Helena Matute (que también tiene un artículo sobre sesgos cognitivos en este número de la revista). Y es precisamente eso lo que difundimos, nuestros prejuicios y nuestras creencias… aunque sean falsos. Lo malo es que algo no solamente puede ser falso, sino que se puede difundir un contenido inventado o manipulado (desinformación) o una unformación perniciosa, tal y como figura en el gráfico.
Quienes solo buscan incrementar las tensiones existentes comprenden estas tendencias y crean contenidos para enfurecer o agitar a una audiencia específica que actuará como mensajera. El objetivo consiste en que sean los propios usuarios quienes refuercen y den credibilidad al mensaje original a través de su difusión y esto se hace de manera muy sencilla: se crean un contenido para agitar a un grupo de receptores que van actuar, encantados, como mensajeros de una idea que hacen suya. No se trata de información, sino de métodos para socavar nuestra confianza.
«Se crean comunidades homogéneas que se retroalimentan en sus errores»
Además, como explican Cailin O’Connor y James Owen Weatherall en su artículo, «la desinformación más eficaz comienza con semillas de verdad». La ciencia de redes, de hecho, ha estudiado de forma exhaustiva cómo se difunden falsedades o desinformación a través de las redes sociales. Es útil leer también el artículo de Walter Quattrociocchi en la misma revista en octubre de 2016, titulado «La era de la desinformación», en el que se vuelve sobre el concepto del sesgo de confirmación antes apuntado: se crean comunidades homogéneas que se retroalimentan en su propia desinformación o en sus errores ignorando al resto.
En fin, toda una avalancha de información interesante sobre las maneras existentes de generar contenido engañoso y de que una comunidad concreta lo acepte y lo difunda.
Y así ando hoy, entre atareado y cabreado, cuando me he acordado de que las experiencias deportivas sirven también para nuestra vida cotidiana. De la natación en aguas abiertas he aprendido una cosa importante: cuando tienes que nadar y hay mucho oleaje, hay que evitar por todos los medios intentar enfrentarse a la ola dejando que choque contra tu cuerpo (lo único que conseguirás es nadar más despacio o pararte o tragar agua) Si es posible, las olas hay que pasarlas por debajo. Para eso, tienes que ver cómo se acercan, coger un poco de aire y sumergirte hasta que lo agitado pase.
La imagen pertenece a uno de los artículos de la revista y es de Wesley Allsbrook.
Hace unos meses leia un articulo (creo que en El Pais) sobre el por que no se puede convencer a un terraplanista (o a alguien convencido de alguna otra conspiracion) de que esta equivocado, ya que cualquier argumento en contra formara parte de la conspiracion, dandole mas razones para creer en dicha conspiracion.
Me parecio muy triste, y creo que es algo a tener en cuenta cuando se habla de desinformacion. Tenemos al alcance de nuestros dedos mas informacion que nunca, y sin embargo, parecemos destinados a convertirnos en analfabetos.