Cada vez escribo menos para los demás y más para mí. A veces, ni siquiera para mí. Cada vez hago más fotos que no enseño, que no retoco, de la que no guarda recuerdo más que la galería de imágenes del móvil, que se hace eternamente terminable.
En muchas ocasiones, dejo la vida pasar por mis ojos sin que penetre por ningún poro más allá de la epidermis. En muchas ocasiones, intento no divagar. Me viene una palabra y la dejo escapar, no por clemencia, como a las moscas, no por indiferencia, como a las ideas casquivanas. No sé por qué. No es pereza tampoco. No las pierdo, miro los trazos en el aire. Sonrío y ya. Sufro y ya.
Escribir es un ejercicio de algo que se me escapa. Mostrar es un proceso que se queda estampado en la retina sin alojarse en ningún otro sitio que no sea el mundo de las fotografías perdidas los domingos de mercadillo.