El verano es un momento excelente para leer lo que a uno le da la gana. En el fondo, es algo que hago de forma (im)pertinente en todos los momentos del año, pero la anarquía es el mejor criterio para enfocar esas tardes de piscina después de los entrenamientos y un poco antes del momento de la charla pausada y la cerveza.
Sin embargo, algo distingue mis lecturas de verano. En su mayor parte, son lecturas iniciadas o sostenidas al aire libre, sin paredes opresoras que reconcentran y dirigen la mirada. La lectura se combina con inspiraciones en los dos sentidos del termino y la mirada que se desplaza, según convenga, desde la página hasta el movimiento de todos los que giran alrededor del agua y los rayos del sol.
Aunque también guardo un poco de tiempo y espacio para lecturas profesionales muy gratificantes y que no han de agotarse nunca, los primeros libros que tengo ya en fila son los que comentaré a continuación, no sin antes subrayar que mis lecturas no suelen ser sucesivas sino que, en muchas ocasiones, se superponen y voy cambiando de orientación y de libro y de género según me vaya apeteciendo.
La pasada semana participé en la Universidad de Burgos en un curso de verano en el que tuve la oportunidad de conocer personalmente a muchas personas interesantes. En concreto, de este curso me llevo dos libros a la tumbona: Nuestra mente nos engaña. Sesgos cognitivos que todos cometemos, de Helena Matute (Shackleton Books, 2019, 2.ª ed.) y Del mito al laboratorio. La inspiración de la mitología en la ciencia, de Daniel Torregrosa (Cálamo, 2019, 3.ª ed.).
En poesía, revisitaré, por supuesto, a Ángel González, como siempre. También volveré, una vez más, sobre Pablo García Casado (Fuera de campo. Poesía reunida) y la poesía completa de Benjamín Prado (Acuerdo verbal).
Nunca he sido un lector asiduo de cómics, si exceptuamos a Tintín, Astérix y Mortadelo y Filemón. Una circunstancia fortuita acaecida hace unos meses hizo que leyese unos cuantos cómics o novelas gráficas. Fruto de esa casualidad, estoy con Juego de manos, de Jason Lutes (La Cúpula, 2005).
Un verano no sería tal si no se leyese algo de noir. Y, en este caso, lo que estoy leyendo es Cuervos, de John Connolly (Tusquets, 2013) y me espera impaciente Después de la caída, de Dennis Lehane (Salamandra, 2018).
Como quedé prendado de la Tierra desacostumbrada de Jhumpa Lahiri, estoy ansioso por leer, de esta misma autora, Donde me encuentro (Lumen, 2019).
Y, por último, mi amigo Ignacio Galaz acaba de publicar su segundo volumen de la Literatura universal para lectores curiosos, dedicado a la Edad Media (Cuenta atrás, 2019), así que combinaré mi pasión por ese período literario tan apasionante con el criterio certero y el estilo pausado de Ignacio.
No tendría que decirlo porque es obvio, pero también intentaré, como siempre, volver a reecontrarme con el tiempo, con la memoria y la reminiscencia, lo que no deja ser sinónimo de Marcel Proust.
La imagen es de Transformer18.