Como la entrada de ayer fue tan negativa, tenía que quitarme ese sabor amargo con mucho más dulces (y frecuentes) que posee la enseñanza.
Empezar esta entrada con este título no deja de ser una simplificación, puesto que, a lo largo de todos los años que impartí docencia en la Licenciatura de Comunicación Audiovisual primero y luego en el Grado en Comunicación Audiovisual, fueron muchísimos los gallegos que han pasado por mis clases. Y guardo muy buen recuerdo de un buen número de ellos.
Pero, cuando hablo del «comunicador audiovisual que vino de Galicia», me refiero por antonomasia a Luis, uno de los alumnos con los que más he disfrutado en clase. Luis venía a estudiar Comunicación Audiovisual con unos cuantos años de diferencia con respecto a muchos de sus compañeros. Había realizado previamente un módulo de Formación Profesional relacionado con ese mundo y se notaba su experiencia. No obstante, sobresaliendo en madurez respecto a algunos de sus compañeros, destacaba, ante todo, por poseer unos conocimientos muy sólidos y muy bien cimentados sobre el mundo de la comunicación, el periodismo, el cine, las series de televisión… Su opinión no era una más, sino que siempre era poco habitual, fundamentada y razonada. Sabía de lo que hablaba y lo comunicaba muy bien. Formó parte de un grupo que hacía unas prácticas deliciosas, llenas de brillantez y creatividad (un día tendré que hablar de algunas joyas que fueron haciendo muchos de mis alumnos que convertían las prácticas en algo con un valor extraordinario).
Con Luis he hablado mucho dentro y fuera de clase. Hemos mantenido charlas infinitas sobre el oficio, sobre la situación de la universidad en general y de los estudios de comunicación en particular, sobre carreras (él también es corredor) y sobre la deriva de una parte de las nuevas generaciones.
Se me olvidaba decir que la vida de Luis no ha sido fácil. Para costearse los estudios, tuvo que trabajar durante unos años en una gran superficie. Ha sabido lo que es tener que simultanear los estudios y sacar tiempo de donde no lo había. Además, nunca ha sido un alumno de los que rinde pleitesía: el respeto de Luis hay que ganárselo porque no le vale cualquier cosa y, con su mente ágil y brillante, detecta las trampas antes de lo que uno se espera. Me gusta mucho verle ahora en su nueva ocupación, en la que ejerce a las mil maravillas su papel de comunicador y de divulgador. Sabe hacer muchas cosas y las ejecuta con dedicación y sabiduría.
Quizás hable en algún otro momento de algunas cosas relacionadas con Luis. Hoy aprovecho, sin embargo, para cerrar esta entrada con una cuestión de la que hemos tratado él y yo muchas veces. He de decir que él la detectó mucho antes de que yo la viera venir: la peligrosa deriva que estaban tomando los alumnos de Comunicación Audiovisual. Yo era feliz dando clase a futuros comunicadores. A fin de cuentas, crecí en el ámbito de la comunicación porque mi padre era publicitario y he vivido entre cámaras, micrófonos, breafings, eslóganes y diseños. Gran parte de mi actividad investigadora gira en torno a la publicidad y la ficción audiovisual. Pero hubo un momento en el que los alumnos, aunque estaban en primero, empezaron a creer que lo sabían todo y, por lo tanto, se negaban a aprender y a ser corregidos. Lo he hablado también con algunos de mis compañeros comunicadores: llegan a la universidad sabiendo apretar botones con cierta soltura y piensan que la cosa va de eso, de apretar botones y accionar palancas. Según me decía Luis (que, por cierto, aprieta los botones como nadie, pero posee un conocimiento más general y abstracto sobre sus acciones), los chicos que ingresaban en el grado se preocupan por la forma, pero les daba igual el contenido. Y no solo es que les diesen igual los contenidos, es que no conocían ese fondo, ese necesario marco general para hablar de algo. Y es algo que ocurre, en efecto. Llegó un momento en el que les decía: «Sí, vale, has utilizado bien los medios, pero ¿importa más la forma de comunicar que el contenido en sí». Ellos me ponían cara de no entender lo que les decía. En ese momento, decidí tomarme un respiro.
Afortunadamente, hay muchos comunicadores como Luis, con la cabeza bien amueblada y con mucho conocimiento y reflexión para saber lo que hace, cómo lo hace y para qué lo hace. Y, además, tiene un gran sentido del humor.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices.