Estaba el otro día viendo la televisión y, no sé por qué razón, me acordé de Edipo, un alumno que tuve hace unos años en la asignatura de Pragmática en la universidad. Edipo era un chaval de esos que pueden denominarse insustanciales, de sonrisa floja y poco interés por lo que se decía en clase. Iba bordeando la asignatura de manera muy irregular con un trabajo mínimo. En las clases, solamente le gustaba destacar por las monerías que profería, algo quizás entendible en otros niveles educativos y en otras etapas de la vida, no estaba muy en sintonía con los requisitos de alumno que intente superar una asignatura relacionada con la lingüística y que no es demasiado fácil.
Edipo hizo la prueba final y fue uno de los pocos alumnos de su clase que no la superó. Pese a que, como digo, la Pragmática no es una materia sencilla, el trabajo pautado y el tiempo de que disponen para hacer la prueba final hacen que los alumnos que se esfuerzan por entender y aplicar los conceptos de la asignatura suelan superarla sin problemas. A los pocos días, empezaba la revisión de los exámenes.
Recuerdo ese día perfectamente porque fue uno de los más dolorosos de mi vida. Al poco de llegar al despacho, una llamada de un amigo me dice que Pedro, nuestro querido amigo Pedro Torrecilla, había muerto. Era un fallecimiento no esperado, que llegó de repente y nos dejó a todos helados. Yo me quedé sin poder reaccionar, llorando de manera desconsolada en el despacho. Intenté reponerme (dentro de poco empezarían a llegar alumnos para la revisión): fui al baño, me lavé la cara e procuré llevar la mañana de la mejor manera posible.
Entró primero una alumna que había aprobado, pero a la que yo había aconsejado que acudiera a la revisión para explicarle un par de fallos. Luego llegó Edipo. Con esa sonrisa floja que ya he comentado, me saludó y dijo algo que intentaba ser gracioso. Yo le contesté de la forma más cortés que pude y luego le dije que me perdonase, pero quería hacer la revisión de forma breve, puesto que acababa de recibir la noticia de la muerte de mi amigo. Él solo dejó de sonreír una décima de segundo. Acto seguido, como si no hubiese pasado nada, él dijo: «Pues nada, que quería hacer la revisión del examen». Yo le fui comentando los enunciados mal analizados, los errores de conceptos, las aplicaciones incorrectas de la terminología, los aspectos que habían quedado sin explicación. Él, en vez de ir acortando, iba exigiendo más explicaciones. Yo, totalmente roto por dentro, iba aguantando como un campeón. La cosa duró casi una hora.
Para que todo fuese más constructivo, acto seguido le fui dando también algún consejo para la segunda convocatoria de manera que pudiese superarla sin problemas. En ese momento, se rio y dijo: «No, si no me voy a presentar a la convocatoria extraordinaria; me voy de Erasmus el próximo año y pienso convalidar esta asignatura». Se levantó y se fue con esa sonrisa en la cara.
Confieso que es una de las poquísimas ocasiones que he observado una falta de empatía tan grande en uno de mis alumnos. De manera general, esto demuestra también que algunas normativas son enormemente injustas: es difícil de entender que un alumno pueda utilizar el programa Erasmus para «lavar» su expediente de asignaturas que no ha podido superar. La pregunta es inevitable: ¿para qué diantres fue Edipo a la revisión del examen? En todo caso, le imagino caminando por el pasillo, su cara sonriente, sin pensar ni por un segundo en el sufrimiento de los demás.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. La imagen es de Francisco Martínez.