Para este sexto día hablando de libros, me decanto por uno de los que más me gustó en esa época de infancia en el que se el niño tantea el universo y lo expande e intensifica gracias a las novelas de aventuras.
Hubiese podido escoger otras novelas de Julio Verne. Sin duda, mi favorita es 20 000 leguas de viaje submarino. Por muchas razones, pero, sobre todo, por el maravilloso personaje del capitán Nemo, digno de un análisis mucho más pormenorizado y que apareció también en La isla misteriosa. Pero la novela de aventuras marinas llegó más tarde que la de las estepas siberianas, así que elijo esta y no aquella. O, mejor, elijo las dos, pero solo hablo de una.
Miguel Strogoff, el correo del zar, que tiene el reto de recorrer el camino que dista entre Moscú e Irkutsk en Siberia, lleno de amenazas y de peligros. Y, en su contra, un malo-malísimo antagonista: el malvado y rencoroso Ivan Ogareff. Como es posible que algunos visitantes de este blog no hayan leído la novela, no puedo hablar de ese momento crítico de la obra, donde al correo del zar le privan de algo fundamental para seguir con su misión. La manera de narrar las adversidades, el talante de Miguel para enfrentarse a ellas, la compañía de Nadia en su viaje…
Para mí, Irkutsk fue el símbolo de lo remoto, lejano e inalcanzable. Como anécdota, diré que, en uno de mis viajes a Rusia por motivos académicos, conocí a dos profesoras que eran de esa localidad siberiana. Me parecía imposible estar en sesiones de ponencias y comiendo o tomando un café con personas del otro confín del mundo, ese al que tuvo que llegar Strogoff para cumplir su misión.
Hablando de Julio Verne, aprovecho para mencionar El castillo de los Cárpatos, una novela muy representativa de la narrativa de fines del XIX, en el que, pasado el realismo, se vuelve al interés por lo fantástico. Aquí tenemos una historia con un malo lleno de secretos y una obsesión: una cantante de ópera, que muere aterrorizada en el escenario. A partir de ahí, la narración se desplaza a los Cárpatos, en Transilvania (nada menos). Y, con un toque de obsesión casi vampírica, asistiremos a un submundo de espíritus y apariciones, de melodías y figuras enigmáticas. Los personajes, de algún modo, se han de reconocer a sí mismos en un mundo de espejos.
En suma, me resulta una novela muy interesante por esa recreación de lo misterioso y lo romántico, mezclado con lo moderno de un modo que solamente podremos entender una vez que hayamos acabado el libro.
Y, ya que la cosa va de obsesiones, de personajes enigmáticos y cantantes de ópera, el extra no podía ser otro que El fantasma de la Ópera, de Gaston Leroux. La historia es muy conocida por sus versiones cinematográficas y el musical de éxito continuado, pero aconsejo vivamente leer la novela: tiene algunas variantes, matices y derivas en la historia que son bastante diferentes a lo que sucede en las versiones fílmicas y teatrales.
A veces, uno no sabe los misterios que habitan en el subsuelo de sus vidas, pero la literatura está ahí, muy atenta, para desvelarlos.