Oí hablar de Anne mucho antes de que fuese alumna mía. Recuerdo bastantes menciones a Anne en mis conversaciones con Juan Miguel (el chicho al que le echaron de clase por preguntar por los números impares) y Julio (ahora director de orquesta). Me vienen a la memoria, al menos, dos momentos. En uno de ellos, en un ratito al acabar las clases de la tarde (sí, eran épocas en las que también había horario vespertino), estábamos hablando los tres de algo relacionado con el tema de la memoria y la imaginación (que estábamos analizando en el bloque dedicado a la Psicología en la asignatura de Filosofía). Como era habitual, las clases se prolongaban en observaciones sobre asuntos infinitos. Surgió algo relacionado con la imaginación y la creatividad y Julio me dijo: pues ya vas a ver cuando tengas en clase a Anne, vas a flipar. La segunda vez tuvo lugar en una cafetería. Estábamos hablando sobre arte (más en concreto sobre arte abstracto o, mejor, no figurativo). Yo estaba defendiendo a mi siempre adorado Mondrian y también a Kandinski. Hablábamos de formas y de colores, de nuestras capacidades (a ellos se les daba muy bien la música y ambos se dedicaron luego a ella, Juan Miguel como complemento y afición, Julio, como he dicho más arriba, como devoción y profesión) de nuestras incapacidades. Ahí hablaba yo de mi pasión por el arte y de mi nula habilidad para pintar. Les decía algo relacionado con una forma y con unos colores que tenía constantemente en la cabeza y que era incapaz de llevar al papel. Y Juan Miguel dijo algo parecido a pues Anne seguro que sabría exactamente qué forma es y cómo representarla y combinarla con colores.
He de reconocer que me mostraba entre maravillado y escéptico ante una persona que rondaba los cursos inferiores y a la que, en una ocasión, me señalaron de lejos. Mira, esa es Anne.
Anne llegó a mis clases de Filosofía de 3.º de BUP y empecé a descubrir a qué se referían Juan Miguel y Julio cuando hablaban maravillas de ella. No solo destacaba por sus innegables capacidades, sino, sobre todo y ante todo, por una manera totalmente diferente de ver el mundo y, por lo tanto, de analizarlo e interpretarlo. Sus observaciones siempre tenían una dimensión fresca, original, no trillada por la medianía. Era de natural callado y no era fácil que interviniese mucho en clase. Prefería escuchar y, de repente sonreír. Y, entonces, pensaba yo, que ya había surcado por su mente una idea maravillosa. Esa creatividad la mostraba, sobre todo, en los exámenes y, más adelante, en las conversaciones que teníamos fuera de clase. Me asombraba cada segundo con relaciones que yo no veía, con planteamientos y relaciones que no se me habían pasado nunca por la cabeza. Nada era disparatado, nada era extraño. Con Anne, descubrías que el mundo era un pozo de riquezas sin descubrir por culpa de nuestras mentes cuadriculadas.
Nunca di clase de Literatura a Anne, y bien que lo lamento. Pero era muy frecuente que hablásemos de poemas, de autores, de formas de crear. Yo le retaba a componer textos en los que hubiese, por ejemplo, tres sustantivos que elegíamos en ese momento al azar. Ella, que sabía que yo también escribía, me lanzaba el guante para que entrase en «competición» con ella. No había manera de compararse con sus textos. Cuidaba sus composiciones no solo con una técnica y una imaginación que la situaban fuera de este mundo, sino con una letra preciosa y precisa, escoltando como folio con una funda de plástico e impregnando cada cosa que escribía con una fragancia que hacía de sus poemas una sinfonía para los sentidos.
Creo que Anne se merece alguna entrada más, así que omitiré muchas historias para acabar con una, la que da título a la entrada. Fuimos uno de aquellos años de excursión a San Sebastián con dos clases. Antonio, el profes de Religión y Latín, otros alumnos entre los que se encontraba Anne fuimos recorriendo el Paseo de la Concha disfrutando de un magnífico día de primavera. Atravesamos el puerto y entramos en el Aquarium. Cuando visito las ciudades y los museos, siempre busco un momento para perderme en mí mismo y deambular sin rumbo fijo. Paseaba por las salas del recinto y llegaba a la zona más oscura, en la que había muy poca gente. Delante de uno de los cristales, se encontraba Anne. Me paré desde lejos y estuve un rato mirando lo que ella contemplaba. Permanecía quieta, observando al pulpo que habitaba esa sección del recinto. Me acerqué y, sin decirle nada, me quedé quieto también, intentado imaginar lo que tenía todo eso de fascinante (otras vitrinas estaban llenas de alegría y de peces de colores). Dijo unas palabras en voz alta. No las dijo para mí (probablemente, ni sabía que yo estaba allí), sino como reflexión en voz alta. «¿En qué estará pensando este pulpo?». No estaba hablando del pensamiento de los pulpos, no de las capacidades cognitivas de los cefalópodos, no del lenguaje y las formas de comunicación de los animales. Anne estaba pensando en ese pulpo como ser individual, recluido en los abismos del recinto, en soledad, oscuridad. Era, en suma, un canto a la introspección. Se quedó un rato más mirando el pulpo. Y luego, lentamente, se marchó.
Anne acabó su andadura por el instituto y comenzó la carrera de Humanidades. Pasó un tiempo en Francia, luego dio clases de español para extranjeros en la universidad y, después, aprobó las oposiciones de Lengua y Literatura. Todavía recuerdo un día en el que quedamos a tomar un café para celebrar su incorporación al delicado y delicioso mundo de la enseñanza. Ella me estaba muy agradecida por unos materiales que le había dejado para realizar la programación que, en el fondo, no tenían ninguna importancia. Con esa sonrisa hermética y amplia, puso encima de la mesa Jerjes conquista el mar, de Óscar Esquivias y un poemario de Pedro Olaya. «Toma, son para ti».
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices.. Imagen de Karen.