Suelo empezar a escribir las historias de alumnos a eso de las siete y media de la mañana. Después de desayunar y recoger un poco la cocina, me siento y le dedico unos treinta minutos a contar cosas en esta serie que, aunque he comenzado hace poco tiempo, tiene ya unas cuantas entradas. Acostumbro a escribirlas casi de un tirón y con apenas revisiones (de hecho, más de una vez yo mismo he encontrado con alguna errata desagradable y, más frecuentemente, alguno de los lectores, a los que agradezco en el alma que hagan sonar las alarmas). En cierto modo, estas historias fluyen de un modo muy diferente al resto de entradas del blog, que suelen ser más pausadas y meditadas. Me acuerdo de mi padre que siempre decía: «Yo no he escrito un borrador en mi vida». En cierta medida, también es un homenaje a una manera diferente de enfrentarse a la escritura.
Muy pocas veces me he salido de esa rutina. A la hora de elegir las historias, manda también el instinto. Hay anécdotas que tengo grabadas en la cabeza para que sean contadas pronto y luego se demoran más de la cuenta. Porque, cuando me siento, digo, no, joder, hoy tengo que hacer a X protagonista. Tengo una lista larguísima de historias por contar que, como sabéis, a veces se entrecruzan. Por regla general, el único recordatorio que tengo está en mi aplicación de notas, en la que figuran decenas y decenas de nombres, a veces acompañados con una o dos palabras. Con eso vale. En otras ocasiones, como ya ha ocurrido, te has cruzado con una anécdota durante el fin de semana, te encuentras una cara conocida por la calle, alguien te recuerda un nombre. Y surge la magia de la memoria.
Es complicado ir buscando nombres e ir propiciando el aconsejable anonimato. Para ello, en algunas ocasiones he empezado a no respetar la letra inicial del nombre e incluso he cambiado de sexo a los protagonistas.
Esta serie tiene como protagonistas a los alumnos o, más específicamente, las historias que yo he vivido con ellos. Es indispensable, a veces, relatar algo del contexto, contar alguna circunstancia relacionada con el instituto, mencionar de pasada a algún profesor. Pero, aunque algunos me lo piden, no contaré directamente nada relacionado con mis compañeros (aunque tengo un par de excepciones en la cabeza, siempre justificadas). Me consta que algunos me leen y creo que todos preferimos contar cosas de esos auténticos protagonistas de la enseñanza: los alumnos.
Y cuento todo esto para deciros que, a lo largo de unas semanas, quizás no pueda seguir al mismo ritmo de escritura con estas historias. Lamentablemente, esa desconexión con el mundo y el presente, que me proporcionaba una sensación maravillosamente agradable, no va a poder tener lugar como acto litúrgico cada día. Hay dos razones para ello.
La primera, el maldito/bendito sistema Bolonia, que provoca que los profesores en la universidad cada vez tengamos que dedicar más tiempo a quehaceres varios. Como me niego a reducir la enseñanza a un cúmulo de cuestionarios y pruebas tipo test, la gran cantidad de alumnos a los que hay que dedicar merecida atención me va a obligar a invertir muchísimo tiempo en corregir prácticas e ir acompañando su proceso de aprendizaje de forma intensiva.
La segunda, una cuestión deportiva. Hablaré un día de ella con algo más de detalle, pero solo apuntaré que, desde que era niño, tenía el sueño de nadar en una competición los 1.500 metros libres. En general, todo lo relacionado con nadar era tan solo eso, un sueño, no hace demasiados años. El estar en un club de natación máster me ha permitido ir cumpliendo algunos objetivos de manera pausada y modesta. Y, además de alguna otra competición de por medio, ya hay una meta para conseguir ese objetivo: el campeonato de natación máster de fondo. Si todo va como está previsto, allí estaré nadando la prueba reina del fondo en piscina. Siempre me ha gustado prepararme adecuadamente para los retos y esta vez no va a ser menos. Y entrenar de modo adecuado conlleva, lógicamente, una inversión importante de tiempo.
En resumen, hoy he invertido el tiempo que suelo invertir en escribir una entrada en justificar por qué no lo haré de forma tan sistemática durante unas semanas. Eso no quiere decir que, con un poco de suerte, mañana mismo os encontréis leyendo una. Pero empezaré la mañana, después de contestar la avalancha de correos, corrigiendo prácticas para no perder ni un minuto. Así pasaré gran parte del día hasta que llegue el momento del entrenamiento y mi condición física mejore entre el gimnasio, el correr y los muchos largos de piscina que me esperan.
Hoy ni siquiera voy a leer lo que he escrito hasta ahora, así que sea lo que dios quiera. Iré avisando en las redes sociales cuando haya alguna entrada, alguna novedad o algo digno de contar. Ni siquiera voy a poner una maldita foto.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices.. Imagen de Quinn Dombrowki.