Con veintinueve años como profesor a mis espaldas impartiendo clase a jóvenes y adolescentes, es obvio que he contemplado de cerca muchas historias de amor. Muchas de ellas, claro está, responden a un esquema muy básico. Otras, sin embargo, están llenas de matices. Con toda probabilidad hablaré en varias ocasiones de las relaciones amorosas entre mis alumnos, pero hoy toca hacerlo de dos parejas en concreto.
Marisa y Vicente
La historia de Marisa y Vicente empieza de manera poco habitual, se desarrolla de forma convencional y acaba… como veréis al final. Marisa es una chica muy especial en todos los sentidos: brillante y estudiosa, pero no empollona; atenta, educada y callada, pero no empalagosa. Una alumna excelente con una inteligencia vigorosa ,que no alardea y a la que le gusta pasar desapercibida. Vicente es el típico chulo, ansioso de hacerse notar. No se trata de un rebelde con o sin causa, sino de un adolescente con sobredosis de prepotencia y que cree deslumbrar al mundo con una camiseta ajustadísima de caladitos que uno no puede imaginar ni en sus peores sueños. Habría que decir mucho de Vicente, pero daría para muchas entradas que no se merece (o quizás sí, en el futuro, no sé).
Les di clase de Filosofía en 3.º de BUP (un día tendré que contar algo sobre las asignaturas que imparto y las que impartí, Educación Física incluida). Todo sucedió de forma inesperada o, al menos, yo me perdí todos los preámbulos. Un día, en clase, Marisa atendió más a la cara de Vicente que a las teorías de Locke sobre el origen de las instituciones. Y, desde luego, ponía más ojitos al chaval que al contrato social de Rousseau. Vicente esbozó una sonrisa ladeada y autosuficiente y le lanzó un amago de beso. Yo me hice el loco y seguí con aquello del Homo homini lupus de Hobbes.
En los cambios de clase, Marisa cambió su asiento y las conversaciones con los compañeros de alrededor por encuentros felices con Vicente y el perchero donde colgaban las cazadoras de una primavera calurosa y las promesas de amor sin fin. En estos trances, yo me decía que esto no era posible, que es una historia que no acabaría bien. Pero me había equivocado tantas veces que llegué a pensar que tenía que dejar de pensar, que era una historia fuera de los alcances del entendimiento.
Un día, llegaron las pruebas de la tercera evaluación. Tocaba examen de Matemáticas. Marisa y Vicente estaban sentados en la misma fila y sus mesas estaban próximas. Vi a Vicente mirar a Marisa. Vi a Marisa mirar a Vicente. Pensé qué bonito es el amor. La profesora de Matemáticas, que venía de otra clase, llegó para relevarme. Cuando salió del examen, fue a la sala de profesores, sacó los exámenes de Marisa y de Vicente y descubrió el pastel, luego confesado por Marisa: le había chivado dos problemas a Vicente. El chico no perdió nada, pero Marisa suspendió ese examen y tuvo que ir al examen final. Marisa cargó con la culpa; Vicente, sin embargo, nunca intentó exculpar a Marisa, no hizo ni pizca para salvar su pellejo, no mostró ni medio gramo de empatía.
Pasaron los exámenes y la historia de Marisa y Vicente se acabó. Naturalmente.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para salvaguardar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. Imagen de KittyKaht.