Historias de alumnos: Bruno

Llevo nada más y nada menos que 30 años dando la matraca impartiendo clase a ni se sabe ya cuántas generaciones de alumnos. Fueron 19 años dando clase en la enseñanza secundaria y bachillerato y 11 ya en la universidad. El abanico de anécdotas, historias y aventuras, como os podéis imaginar, es casi infinito y, a raíz de algo que me ocurrió hace un par de meses, he creído conveniente contar alguna alguna cosa curiosa que me ha pasado (o que me está pasando) con mis alumnos. Siempre, claro está, con el debido respeto a sus circunstancias e identidades (los nombres están cambiados y, en algunos casos, los años y el contexto está alterado para no dar demasiados datos) y siempre, claro está, teniendo en cuenta su privacidad: nada de lo dicho aquí forma parte del secreto profesional. Vamos a ello.

Bruno

La anécdota con Bruno fue la que me ha impulsado a escribir estas entradas. Bruno fue mi alumno de Lengua Castellana y Literatura en 3º de la ESO. Pertenecía al grupo de los desadaptados, desengañados y rebeldes y reconozco que era difícil lidiar con él. En esa clase había tres alumnos de perfil «difícil» y Bruno era uno de ellos. Rara vez te miraba a los ojos. Cuando no estaba ido, estaba intentando liarla y, cuando hablaba, era a veces para responder de malas maneras. Pero eso fue al principio. Bruno no llegó nunca a ser un buen alumno ni le llegó a apasionar nada de lo que decíamos en clase. Yo nunca he tolerado insubordinaciones y malos modos y a Bruno le cayeron unas cuantas broncas, pero tampoco he sido de los que ha puesto la etiqueta de por vida a las personas que han pasado por mi clase. Al final, creo que llegamos a una situación de respeto mutuo más que aceptable.

No había vuelto a ver a Bruno hasta hace unos meses. Han pasado un montón de años y vi a Bruno cerca de mi facultad, con el traje de trabajo de una compañía telefónica. Nos reconocimos inmediatamente y no sabía cómo iba a resultar el encuentro. Le saludé cordialmente y él se acercó a mí de forma muy cariñosa y me dio un abrazo. Charlamos un buen rato y nos contamos varias anécdotas graciosas de aquellos tiempos. Él guardaba un buen recuerdo de aquel año que coincidimos. Ahora me miraba de frente y sus ojos chispeaban con una vigor del que se desprende que él ya no tenía sobre la cabeza todos los problemas de su adolescencia. Yo me sentí muy feliz y le estoy muy agradecido al mundo de la enseñanza por haber conocido a personas como a Bruno. Estos alumnos que son necesarios para que los profesores bajemos de nuestra torre de marfil y contemplemos el mundo desde un ángulo real para no ver alumnosdelenguayliteratura, sino personas, chavales que están creciendo y madurando con todos sus problemas, con circunstancias a veces infernales. Bruno nos puede enseñar a todos muchas cosas y ese abrazo será difícil de olvidar.

Iba a hablar en esta entrada de tres alumnos, pero creo que con Bruno es más que suficiente. Para empezar.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.