La frase de Groucho es bien conocida: «Jamás pertenecería a un club que me admitiera como socio». Y creo que hay pocas sentencias que se ajusten de modo tan adecuado a la manera que tenemos algunos de estar en el mundo. A mí me pasa constantemente:
En el mundo académico, soy un tipo raro que le dedica demasiado tiempo al deporte. En el mundo del deporte, soy un tipo raro que se escapa con más frecuencia de la necesaria al refugio de los libros. Esto ocurre, incluso, de manera más específica. En un mundo de lingüistas, me gusta adentrarme constantemente en otros campos anexos, pero contrapuestos para la mayoría. En un mundo de teóricos, me dedico a cosas prácticas. En un mundo de adeptos a los corpus, me afano demasiado en retorcer demasiado los conceptos. En el mundo de los atletas, me dedico a la natación. En el mundo de la natación, me dedico al atletismo. En el mundo de los triatletas, soy una persona que se mete demasiado en el gimnasio.
Siempre soy una persona a la que le gusta estar en otro sitio, lo que conlleva permanecer desubicado de forma permanente. Entre los lectores, soy adicto a las series. Entre los adictos a las series, soy lector impenitente. A los puristas les parece que me gusta demasiado la música pachanguera y a los amigos del ritmo fácil les parece que mi gusto por la melodía «culta» es demasiado elevado.
En el mundo de los viajeros, permanezco demasiado estático. En el mundo de los calmados, me muevo demasiado. Entre los amigos de la contemplación y el éxtasis, no paro quieto. Entre los amigos de lo frenético, me quedo demasiado parado.
En suma y conclusión, soy demasiado periférico para los centrales y demasiado central para los periféricos. Ni yo mismo soy capaz de saber dónde me encuentro en el mapa de la vida… y ni siquiera sé qué mapa tendría que utilizar para encontrarme.
Solo hay una cosa en la que coincido con todos, pero todavía no sé lo que es.
La imagen es de Adrian Berg.