Voy a hablar de forma desordenada y confusa una película que vi hace unas semanas. Me encantó, precisamente, porque me provocó unas sensaciones confusas y desordenadas de lo que es la vida, de sus vaivenes, de sus paramales, de sus parabienes.
Veía la película y veía reflejos. De versos, de canciones, de nombres escritos en piedra. Se trata de un filme que no es ni antiguo ni moderno. O, mejor dicho, es moderno pero no muy moderno. O, mejor dicho, es muy moderno pero, estéticamente, se ha quedado un poco antiguo. Y a mí lo que se ha quedado un poco atrás pero me proyecta hacia delante me gusta. Y, además, significa, se significa y nos revela. Cosas y personas.
Frente a lo que me suele ocurrir la mayor parte de las veces, no pensaba mientras veía. Sentía sin pensar, cosa que casi nunca me ocurre. Maldita cabeza, que siempre me arrastra hacia el abismo. Pero no en esta ocasión. Eran pequeños zambombazos de situaciones, de contradicciones y de sinsabores con tintes de amarguras y mieles.
Le película comienza con un libro y un retrato. O quizás sea mejor decir con un escritor que lo es poco y con una fotógrafa que lo es y, además, lo es mucho. Como los buenos retratos, para mí, son testimonios de almas atormentadas, la historia de este retrato, que serán dos al poco tiempo, también es algo con un significado más allá de los significados. La verdad es que le estoy dando transcendencia a algo que no la tiene. Anécdotas que no lo son, informaciones no condensadas que tienen toda la leche concentrada y dulce, pero que, en ocasiones, se quedan pegadas a la cuchara cuando rascamos el bote.
Es una película en la que sale gente famosa. Bueno, no, no gente famosa, actores famosos. Y están fabulosos en sus papeles que les sacan de cuadro y de quicio. El actor guapo parece que no es guapo. La actriz madura y bella es más madura y bella, pero con una mirada ácida. El actor guapo y maduro es guapo, maduro y va más allá de sus clichés, que suelen ser profundos y aquí son profundamente livianos. Y la actriz guapa es maravillosa porque, enseñando todo, todo lo esconde. Pero eso no lo descubrimos una vez sino ciento, una y otra vez. Pero como los espectadores tendemos a caer presos en el pacto de ficción, no nos damos cuenta hasta que es demasiado tarde.
La película es muchas cosas. Por ejemplo, un accidente. Por ejemplo, un parque y un edificio misterioso al que nunca se entra. Por ejemplo, unas inscripciones con nombres de personas. Por ejemplo, primeros planos. Por ejemplo, ese andar entre la multitud en varias ocasiones, unas para distinguirse, otras para perderse. Por ejemplo, traiciones. Por ejemplo, encuentros. Sensaciones y frustraciones, por ejemplo.
Y una canción. Una canción que, en su dulzura, nos descubre cómo transcurre nuestra vida. Una historia demasiado corta sin héroes en el cielo. Una canción con los ojos fijos que no ven, con la brisa y el agua fría. Una canción que, desde el odio, rescata el amor con su armonía. Y, en el final más triste, rescata una esperanza que, como todas las esperanzas, es posible pero poco probable.
Total, que de esta película quería hablaros. Ya sé que lo he hecho mal. Ahora ya es casi imposible hacerlo así. Sin filtros.
La imagen es de Max Elman.