El otro día escuché algo que me dejó confundido: en una conversación que no hace ahora al caso, un antiguo alumno me habló de las universidades divertidas. Decía que había universidades (y ciudades) que se lo montaban muy bien y que los alumnos se lo pasaban allí de fábula. Y que, claro está, los alumnos acababan marchándose a esas universidades (y ciudades) porque prefieren pasárselo bien. A mí, en ese momento de estupefacción, no se me ocurrió nada para contestarle. Lo tenía tan claro y la división entre universidades divertidas y aburridas era tan diáfana que poco podía decir yo para convencerle de lo contrario. Reconozco que, durante unos días, le he estado dando vueltas al concepto de universidad divertida.
Cuando yo decidí iniciar los estudios universitarios, la cuestión de divertido y aburrido no se me puso nunca a tiro. Empezar la carrera en Burgos era lo único que podía hacer por cuestiones económicas y, cuando tuve opción de elegir para acabar la carrera, tampoco llegué a contemplar la posibilidad de la diversión y el aburrimiento. Elegí Valladolid porque era un buen sitio para estudiar, no me pillaba lejos y otras consideraciones que no cabe pormenorizar allí. Y cuando tuve que elegir una universidad para finalizar mi etapa de posgrado, elegí la Autónoma de Madrid porque me parecía la más adecuada y conveniente.
Me parece auténticamente preocupante utilizar el divertido como criterio para elegir una universidad. Entre las muchas razones que se me pueden ocurrir para elegir para cursar un grado o un máster, la diversión no estaría, desde luego, entre las primeras. A cualquiera con dos dedos (incluso dedo y medio) de frente se le ocurren otros mucho mejores. Los amigos de las universidades divertidas pensarán, por un lado, que soy un carca y, por otro, que soy parte interesada (y aburrida) de una universidad (no divertida). Pero creo que no. Si me preguntan si durante el período universitario es bueno pasárselo bien, diré sin dudar que, por supuesto, hay que pasárselo fenomenal. Puede que alguien prefiera o necesite una abnegación total y una inmersión en los libros y en el ordenador que no le deje ni un momento libre, pero la mayoría de los estudiantes se lo pasan bien durante su período universitario por muchísimas razones. Pero pasárselo bien durante el período universitario y elegir una universidad concreta para pasárselo bien hay un mundo (o dos, o tres).
Me temo que todos aquellos que son amigos del adjetivo divertida para calificar a una universidad tienen varias cosas en mente, pero la excelencia no debe estar entre ellas. A una universidad se acude para estudiar, para aprender, para prepararse académicamente. También, por supuesto, para desarrollarse personalmente, para involucrarse, para hacer amigos, para integrarse y para hacer cosas junto a otras personas en la teoría. en la práctica. Y, dentro de esta última enumeración, no solo queda englobado el divertirse, sino algo mucho más amplio que acoge el divertirse sin ceñirse exclusivamente a ello.
Por supuesto, en cualquier institución educativa el alumnado es lo más importante y se tiene que velar para que se consigan todas las cosas dichas en el párrafo anterior, pero siempre priorizando desde el sentido común. A algunas personas que hablan de las universidades divertidas jamás les he escuchado sacar a colación un tema académico que no sea una queja por las calificaciones o cuestiones similares. Jamás de la altura (o bajura) de nivel de un profesor, jamás de asignaturas apasionantes e imprescindibles en un grado, nunca de maneras de aprender más y de forma más eficaz (que no sean aprobar por la vía rápida, claro).
Temo pensar lo que puede ocurrir de aquí a unos años. Los campus universitarios, si esto se extiende, pueden llegar a convertirse en campamentos de otoño-invierno-primavera donde los estudiantes se lo pasen chachi piruli, enlazando fiesta tras fiesta y con miles de actividades con las que estén entretenidos. Espero que, por encima de todo, nunca un alumno, una familia, un compañero utilicen este criterio para anteponerlo a todo lo demás.
Procuremos divertirnos todos con lo que hacemos, sea enseñar o aprender —sin olvidar que los que enseñamos nunca terminamos de aprender—. Invito al mundo mundial a divertirse y a vivir en felicidad extática, si esto existe o puede conseguirse alguna vez y de alguna manera. Pero nunca olvidemos que no hay universidades divertidas. La universidad, todos los sabemos, es una cosa muy seria. O, al menos, debería serlo.
Imagen de Sidney Wired.
Hola Raúl,
hacía una eternidad que no me pasaba por tu blog (gran error por mi parte), he estado leyendo algunas entradas tuyas y quiero comentar en esta última. No sé si por mi experiencia en la universidad, por mi forma de ser, por la actualidad del momento o probablemente por una mezcla de todo ello. Veo en el alumno que comentas alabando las universidades DIVERTIDAS, un claro síntoma del progreso degenerativo del sistema educativo, del sistema universitario y probablemente de la sociedad misma.
No creo que se trate por tanto de una anécdota graciosa o un comentario inofensivo sin nada que analizar detrás. Hace unos años, quizás era todavía alumno de un gran profesor de Lengua y Literatura en un colegio de Burgos, influido probablemente por mi entorno familiar, que me transmitía una imagen -no sé si idílica, pero desde luego sí de importancia y seriedad- de la universidad y de lo que significó para ellos abandonar el pueblo para poder estudiar y ganarse un futuro mejor que lo que podía ofrecer el campo, de cómo valoraban el sacrificio y la oportunidad que les dieron mis abuelos para buscarse su futuro, supieron transmitir a mi hermana y a mí ese valor que tenía para ellos la universidad.
Es cierto que las circunstancias de cada uno son diferentes y que los tiempos tampoco son los mismos antes que ahora, pero habría que echar la vista atrás y comparar el nivel, en todos los aspectos, de la universidad. Cierto es que no sería justo meter en un mismo saco a todos los alumnos de todas las carreras, hay grados y grados, con alumnos de perfiles muy diferentes, negarlo es hacernos un flaco favor. También hay estudiantes magníficos en todos ellos, seguro. Creo que de la mano de una sociedad cada vez más acomodada y complaciente, irreflexiva hasta puntos insospechados, la universidad, como reflejo de la población de la que emana está transformándose continuamente. Y esto es un problema en un mundo cada vez más inmediato, sin principios, sin crítica alguna a nada, sin razón. ¿Cómo es la sociedad que queremos?, ¿por qué nos cuesta tanto? ¿hay un futuro decente?… Son preguntas que se me pasan por la cabeza.
Luego, una vez dentro del mundo universitario he vivido de primera mano la realidad universitaria. No voy a escribir todo lo que pienso porque daría para mucho y ya me está quedando un comentario muy largo. Sólo diré que en mi opinión sobran universitarios y que algunas universidades —probablemente las divertidas— tienen un problema enorme con el porcentaje de estudiantes que su carrera les importa un comino, especialmente en ciertas facultades que todos conocemos.
Acabando la carrera he comprendido que la universidad no sólo es un lugar donde aprender y formarte en tu campo de estudio. Se trata de una etapa de crecimiento personal en la que es importante equivocarte y cometer errores (siempre ha sido la mejor forma de avanzar), formarte opiniones y debatir, ser crítico con uno mismo. Y al final tienes un título, con mayor o menor valor que debería servir para investigar, seguir estudiando, capacitarte para la vida laboral… ¿Pero realmente tiene ese título el valor que debería tener? ¿o sólo es un documento de una universidad divertida? Probablemente cada vez más lo segundo.
Un saludo,
David