ELLA. ¿Qué pasa, ya no escribes diálogos?
ÉL. Los escribo, pero los borro.
ELLA. ¿Cómo así?
ÉL. No sé. Los pienso de una manera y me salen de otra.
ELLA. Quizás los diálogos van surgiendo, no se tienen preconcebidos.
ÉL. Pero es que yo soy muy de concepciones previas, ya lo sabes. Me cuesta improvisar.
ELLA. Inténtalo.
ÉL. Es que hoy no es el mejor día para hablar. Estás pachucha, con catarro.
ELLA. Eso lo tendré que decidir yo, ¿no crees? Volvemos a las ideas previas.
ÉL. Es que te vas a enfadar.
ELLA. ¿Por qué me voy a enfadar?
ÉL. Porque no hago más que fijarme en tus ojos, cansados, vidriosos. Y te veo con ganas de retomar la actividad y, a la vez, con ganas de que se te pase esa congestión.
ELLA. ¿Y me voy a enfadar por eso? Con que no me digas que estoy hecha una piltrafa… porque te meto una guaya.
ÉL. No, te vas a enfadar porque tienes la voy un poco cogida y gangosa con el catarro. Me está haciendo mucha gracia, me imagino un diálogo todo escrito con tus intervenciones con la nariz congestionada. Y me parto.
ELLA. Tú eres tonto. Y la guaya te la vas a llevar igual.
ÉL. No creo que me cojas. Te falta la respiración.
(Entrada perteneciente a la serie Diálogos. La imagen es de Phillippe Put).