Que la felicidad es una ficción lo saben todos los que pisan este estrecho mundo. Lo que pasa es que muchos disimulamos. Silbamos mirando hacia arriba como diciendo mira, yo no he sido. Y la vida silba mirando hacia abajo diciendo mira, yo tampoco. Empatados a sentirlo, como dirían esos dos mandatarios omnipotentes en la película de Kubrick, culpables ambos. La felicidad puede consistir, quizá, en ser conscientes de que no existe. De que pilla tan lejos como un horizonte que no se puede alcanzar. Porque la tierra no es plana. Tan sencillo como eso.
Que la felicidad no existe es tan obvio como mirar un amanecer con los ojos llenos de legañas. Como a todo lo que diga yo saldrá un feliz contraargumentando, diré que no los envidio. Que yo prefiero ir haciéndome la idea para que luego no haya sorpresas ni chascos ni nada, que es lo que hay al fin y sin postre. El cielo está sobre nuestras cabezas y se tambalea. Queda muy bien en las fotos. Y mejor aún si esas fotos son las de nuestro bienestar superficial retratado en nuestra piel, que ahora son las redes asociales. Y puede que digamos joder, qué paz interior se respira, quién pudiera. Nadie puede. Ni aquellos que lo piensan. Vasos medio llenos y medio vacíos, me dicen. Vasos que se rompen digo yo. Vasos comunicantes, me dicen. Y yo solo veo que, si nos ponemos por las malas, solo quedarán unas manos cóncavas intentando retener un poco de agua. Y cada uno beberá las gotas que queden hasta morir de asco y de sed y de mortal aburrimiento.
Que la felicidad es una quimera no creáis que significa que es un sueño producto de nuestra imaginación. Significa que es un monstruo fabuloso, es decir, de fábula y no intentéis agarrarme por ahí. Y cuando veáis a un bicho con la cabeza de león, el cuerpo de cabra y la cola de dragón me lo vais contando y luego hablamos. Y que es improbable se basa en el optimismo. Que es una óptica, una perspectiva y no una realidad. Que mira, que yo es que miro desde donde quiero. Sí, claro que miras desde donde quieres. Pero eso no significa que el otro lado no esté. Y hay que contarlo todo para no faltar a la verdad. ¿Verdad? Y, si le echas algo al blanco, no es blanco, es otra cosa.
Que la felicidad sea una apropiación de la satisfacción, del gozo y del disfrute no significa que os pertenezca en exclusiva. Que sí, que ya lo sé. Que puedo sostener un lapicero con la boca para mantener el rictus y engañar al cerebro. Que sí, que no es engañar, que es estimular, que es enseñar. Que a ser feliz se aprende. Y se desaprende a la misma velocidad que una neurona recorra unos cuantos millones de sinapsis.
A mí la felicidad me cansa tanto que, a veces, ni lo intento. Como daltónico, soy plenamente consciente de que no seré capaz nunca de captar algunos colores. Que intentaré vivir momentos dulces y caricias suaves y sonidos armoniosos. Pero que siempre los contemplaré fuera de tono. Porque habito en mi mundo, que tiene sus cosas buenas, pero mi mundo está dentro de una cabeza triste y terrible. Que percibe fantasmas que, surgiendo de la noche, perseveran para adentrarse en la madrugada.
La imagen es de Gabriela Barrientos.