Querido diario dos puntos
Hay días que cuestan, semanas que se levantan en rebeldía, años que se acumulan y sabes que me cuesta seguir con las rutinas. Lo dice una persona como yo, obsesiva en su adocenamiento. Pero ya te he contado muchas veces que luego sale esa vena, ese impulso, ese hastío. Cansancio de hacer lo que no quieres. Por facilidad, por inercia, qué se ya. La felicidad es bonita, pero no puede conseguirse levantando una esquina de la alfombra de la vida para olvidarme de toda la inmundicia. Eso no es felicidad, es máscara. Podía ser peor, sí. Todavía pueden verse los restos de esa eternidad que no se consigue más que en este mundo.
La vida se hace una bola difícil de tragar. Sabes que me hago el firme propósito de no pensar demasiado. Pero es una terapia que, en días como hoy, se me hace imposible. Intentaré hacer las cosas en su debida secuencia, sí. Y la secuencia es premisa y la premisa lleva a una conclusión. Ni siquiera puedo ponerme a gritar: me limito a susurrar contigo mi desazón. Para que, sin encontrar nada más, este temporal me salve con algún resto de un naufragio. El ritmo para no perderme del todo, para que la noche no me conquiste hasta sus últimos recovecos.
¿Sabes un secreto? No he perdido la inspiración: lo que pasa es que escribir hasta las últimas consecuencias me deja sin fuerzas. Por eso, me quedo con la razón. Porque tengo miedo a tener siempre miedo. Porque tengo miedo de saciar el dolor con palabras, que no siempre vuelan.
Querido diario: hoy necesitaba poner un poco desorden en todo para revolver un poco mi corazón. Romper la inercia por un segundo, levantar la alfombra para que vuelen las motas de polvo escondidas y que brillen con la luz del atardecer.