Me acuerdo de un verano, hace mucho, tendría yo veinte años, en el verano francés en Angles, cerca de La Roche-sur-Yon, cuando la alergia me impedía dormir y, en ese cuarto prestado, tenía a mano todos los libros de Astérix y de Tintín. Recuerdo el sirope añadido al agua de la comida, las tardes de petanca en la plaza del pueblo, la impresión de empezar entendiendo poco de una lengua que, con el paso del tiempo, hablaría regular y con un extraño acento rural. Me acuerdo de un cuenco lleno de rábanos en ensalada, de una bandeja repleta de ancas de rana, de unas sartenes con resquicios que luego serían expuestas a las lenguas de los gatos. Recuerdo los viajes en bicicleta a través de los campos, del Puy de Fou, de los paseos en barca por la Venise Verte. Recuerdo la cerveza con limón, las conversaciones con el abuelo sobre la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de los franceses y un vecino alemán del que todo el pueblo sospechaba un pasado avieso y un presente demasiado silencioso. Me acuerdo de las mañanas en las que escribía versos en español, casi siempre romances ávidos de luminosidad. Los tendré guardados, casi seguro, pero no sé dónde estarán. Y recuerdo también poemas escritos en un francés breve, llenos de incompetencia, lacónicos y plagados de sustantivos. Si hay suerte, cayeron alguna vez en el cubo de la basura.
Me acuerdo de casi todo no acordándome de nada. De noches de discoteca cuando estaba de moda salpimentar las canciones inglesas con alguna palabra en español. De una visita a una farmacia inmaculadamente limpia y de unas pastillas para la garganta. De unas sobremesas que cada vez eran más largas, sobre todo cuando el padre, cargado de amabilidad, llegaba cansado de sus quehaceres en el campo. Del horroroso concurso televisivo Intervilles, de la mala suerte de tener a Claude como pésimo coetáneo, de la costumbre familiar de no lavar los vasos y guardarlos en el frigorífico.
Recuerdo hoy ese verano francés y todavía no sé por qué.
Gracias, Magda. Tengo la impresión de que esas sensaciones son lo que nos queda de auténtico a lo largo de la vida. 🙂
Me ha gustado muchísimo esta entrada. Creo que todos recordamos los veranos adolescentes con esa niebla de no recordarlo todo exactamente, sólo las sensaciones y pequeños detalles 🙂