El otro día una intervención en las redes sociales causó un pequeño revuelo. La cosa iba sobre banderas. Todo giraba a un partido de baloncesto de la liga LEB Oro en el que el equipo local se enfrentaba al FC Barcelona B. Los componentes de una de las peñas esgrimía una bandera de España y yo puse en Twitter que me parecía un gesto muy feo. A partir de ahí, recibí acusaciones de antiespañol, de cateto, de podemita y unas cuantas perlas más.
Vamos a partir de algo muy básico: creo que estoy en todo mi derecho de pensar que lo de la bandera de España era un gesto feo. Como dije en las redes, también me parece muy genuino que haya personas a las que les parezca feo que a mí me parezca feo. Hasta ahí, todos de acuerdo. Lo que chirría más ese tonillo autosuficiente respecto a las patrias propias y ajenas. Nadie puede decirme que a mí no me pueda parecer feo si me lo parece. Tampoco que estoy equivocado si me parece feo. Porque –y esto es muy curioso– nadie me preguntó por qué me parecía feo. Daban por sentado cosas que yo no había dicho.
Desde luego, soy muy tonto, pero comprendo muy bien aquello de los principios básicos: «A es igual a A». Por lo tanto, sé que estamos en España y cuál es nuestra bandera. Y sí, ya sé que la puede llevar el que quiera y cuando quiera. Lo que pasa es que, si no me equivoco, no he visto yo a esa peña enseñar muchas banderas españolas en el polideportivo de El Plantío. Por lo tanto, la bandera no se usaba como signo de identidad, sino como signo de diferencia. Probablemente, como signo de «aquí estamos nosotros, españoles, y ahí estáis vosotros, catalanes con una señera en la camiseta. Y ahí es donde quería llegar. El significado de la bandera española en ese contexto es doblemente irrelevante: si hay una identidad «separatista», me imagino que el portar una bandera española se la traerá al pairo a los catalanes. Lo único que conseguiremos es hacer el abismo más grande. Y si se sienten identificados tanto con una bandera como con la otra, lo que provocamos es que se sientan incómodos en una situación que –quizás– no se merezcan. Por lo tanto, hemos pasado del «A es igual a A» a situaciones del corte «A es noA», «A es B», «B es A»… y muchísimas otras combinaciones.
Creían algunos que a mí me parecía muy feo lo de la bandera española deduciendo que me parece muy bonito lo contrario. Y ahí es donde se equivocan de medio a medio. No me gusta que se utilicen las banderas para separar, sino para unir. Dije también en las redes que a mí me gustan todas las banderas. Y sí, me gustan todas. Y sí, mátenme ustedes: me puede parecer bien una estelada (cada uno que se sienta lo que quiera). Pero no me maten del todo, porque si en un partido de fútbol aparece la estelada para molestar a alguien, me pasará exactamente lo mismo que me pasaba en Burgos con la bandera española. Por eso, matizo: del mismo modo que digo que me gustan todas las banderas podría decir que no me gusta ninguna. Las banderas siempre significan algo y se utilizan para algo. Si ese algo es símbolo de identidad, adelante con todas. Si ese algo es símbolo de enfrentamiento, fuera todas ellas.
España no es Estados Unidos y, cuando se utiliza una bandera española en un acto en el que no actuamos como país, el orgullo patrio se convierte en otra cosa. Que a cada uno le parezca lo que sea. A mí me parece que la tautología se transforma y se va tintando de algo más… o de algo menos. Los españoles, en nuestra historia más o menos reciente, hemos tenido problemas con nuestra bandera por razones obvias. Nos hemos ido reconciliando con ella y creo que eso es muy positivo. Hablé hace tiempo de un suceso desagradable cuando estuve en Lille viendo a la selección española de baloncesto. Me parece feo lo de la bandera española en El Plantío y me parece muy feo que alguien no pueda ir con una bandera española de forma legítima e inocente porque juegue una selección de nuestro país. En Cataluña, por ejemplo.
¿Soy yo menos español que los componentes de esa peña, menos español que aquellos que me insultaron y me tildaron de cateto? ¿Son ellos más españoles que yo? Nadie sabe cómo me siento porque no me lo han preguntado (probablemente, a mí me gusta más sentarme que sentirme, pero es que tengo yo las miras muy pragmáticas).
Uno ya es persona mayor y recuerda «Esto no es una canción» de Víctor Manuel, escrita en un momento muy concreto y con referencias que a muchos jovencitos quizás se les escapen. Pero que se queden con esto: que las patrias pueden exhibirse, pero también se pueden llevar pegadas al corazón; que, por repetir su nombre, no nos armamos de razón.
Cada uno que se se sienta lo que quiera. Yo espero sentado. Y sí: de catetos, hablaremos otro día.
(Imagen de Elentir).