El otro día una estudiante de un programa de intercambio de mi universidad me preguntó qué significaba «tener cintura». Me dice que estuvo buscando en Google y que, en la búsqueda intuitiva le salían cosas relativas al ámbito físico como «tener cintura pequeña», «tener cintura perfecta», de esas que condicionan muy negativamente a muchas mujeres. Pero que lo había leído en una novela y que no era el significado que buscaba. Como teníamos un rato libre, entramos en el ordenador de clase al Diccionario de la Lengua Española en el portal de la RAE. Y comentamos lo que ponía («Poseer habilidad y astucia para resolver situaciones difíciles»). Como esta expresión venía justo al lado de la de Meter a alguien en cintura («Someterlo a unas normas de conducta acordes con lo que se considera correcto»), aproveché para comentarle que eran ambas usos coloquiales. Y que es curioso porque una de las expresiones va por el lado coercitivo y otra por la agilidad y los procedimientos inteligentes y adecuados. Para ejemplificarlo en un texto, le enseñé una entrevista al editor Jorge Herralde, en la que decía que «El editor tiene que tener cintura para adaptarse a los nuevos tiempos». Ella dijo que, en efecto, ese es el sentido que tenía en la novela. Y seguimos hablando un poco más de eso, de que tener cintura supone adaptarse y que algo hay en ello de inteligencia sin pleitesía. Ella me dio las gracias y yo le dije que ya sabía, que yo encantado de ayudar, que era un placer hablar de las palabras, de sus sentidos y sus significados.
Cuando iba en bici hacia casa, pensé en la expresión. Y comprobé que hay que tener cintura. Además, hay otro requisito importante referido a otra parte del cuerpo que nos permita ver más allá de nuestras propias narices y contemplar el horizonte. Pero, en esas, un coche casi me atropella y yo, asustado y un poco nervioso, hice un quiebro que me salvó –creo– la vida. Y me centré en el camino y no ya en asuntos vaporosos. No me acuerdo de nada más.
Imagen de Jason Carpenter