Recorriste un largo camino hasta llegar al puente sobre el río Kwai. Te hubiese gustado visitarlo sin mucha gente alrededor, pero sabes que, con el turismo de nuestros días, esto es imposible. No obstante, recorriste un trecho un poquito más largo y lograste bajar por unas escaleras. De repente, te quedaste solo. Te acercaste a la orilla, cerca de una barca amarrada a un embarcadero diminuto y lo contemplaste desde abajo. Era inevitable contrastar la realidad con la ficción, la memoria cinematográfica con la historia real, más consistente y menos poética.
Pasada media hora, montaste en el tren, que inundaba de polvo los vagones a medida que penetraba por una jungla asombrosamente seca. Sacaste la cámara para grabar parte del viaje. Luego pudiste comprobar que, tras el traqueteo agitado del tren, la realidad puede verse con calma, despacio. En todos sus detalles, que inevitablemente se vuelven hacia adentro.