La pregunta es sencilla, inevitable. ¿En qué momento de tu vida dejaste de ser tú? Hay un momento en que das cinco pasos y piensas que andarás diez, pero la realidad (algo que hay fuera y no sabes lo que es) hace que avances cuatro y luego dos y luego uno hasta quedarte parado. No es una parada de reflexión, es una espacio para la inacción. O sea, un espacio para la nada.
Quizás sea imposible que uno sea lo que quiera ser. Se convierte, más bien, en lo que le dejen convertirse. No se trata de circunstancias, de contexto, de esas cosas evidentes. Se trata de tener unos proyectos y dejarlos esbozados en ese castillo de arena que trabajó tan poderosamente junto con tu imaginación y que algo –ese mar, esa brisa que no es más que viento frío– no dejó rematar. No es suficiente con intentar ser tú a ratos, no vale sonreír con las ocurrencias de la inmadurez. Se trata de un proyecto a largo plazo que concluye con la muerte. Así de claro. Y si la mala suerte te obsequia con un poco de lucidez, te preguntarás en qué carajo te has convertido. Qué hiciste con tus sueños, asqueroso animal de costumbres.
No hay cosa peor que ese desajuste contigo mismo. Esa sensación permanente de ajustarte a un traje en el que no te encuentras. Ese momento en el que te ves reflejado en el espejo y ves varias cosas. Una, esa mierda de paso del tiempo que no dignifica, no seamos soplagaitas. Otra, esa sensación de que ese traje te tira de un lado y, cuando lo ajustas, te tira de otro. Y ahí entra la sinfonía del desacomodo.
¿Tuviste sueños? Mala cosa fue olvidarte de ellos. ¿En qué manual de uso decía que los sueños no podían cumplirse? No estabas equivocado, estaba errado el manual de buenas costumbres que, es cosa sabida, son las peores.
Ahora solo te quedan reflejos, nubes de arena en una playa en día de tormenta. Y el horizonte esperando con paciencia a que sigas tropezando en cada paso que no diste.
(La imagen es de Susanne Nilsson)
Tienes razo, por eso es tan dificil 🙂
A veces es difícil decidir qué sueños quieres cumplir realmente y cuales son sólo licuras de adolescente… 😉
Es verdad, Magda. Lo que ocurre es que tengo mis serias dudas de que algunas cosas sean locuras irrealizables: creo que madurar es, a veces, sinónimo de claudicar.