Me gusta que me llamen cielo y, en el fondo, no sé si es porque estoy muy alto o porque soy azul. Podría ser malo, porque el azul es triste y lo alto está muy lejos, pero me gusta, sí. Y podría ser peor, porque a veces estallo entre bramidos y borrascas.
Eso de ser cielo estar muy bien porque es de todo el que me mira pero es exclusivo e íntimo para cada uno. Es una forma de conversación con las alturas, palabras con los ojos de frente y las miradas llenas de amor, que solo funcionan si son de doble dirección, como los espíritus de Garcilaso.
Quizás le dé demasiadas vueltas y acabe retorciéndome por ver entre las nubes. Me gusta que me llamen cielo porque solo existo si alguien me contempla y si alguien me nombra.
Imagen de Camil Tucan.