En el devenir de los últimos meses, he tenido la gran suerte de conocer a una persona justa.
Eso de que era una persona justa fue una de las primeras cosas que me dijo, la repitió varias veces y va pregonándola a quien quiera escucharla. A mí siempre me ha parecido más bien lo contrario y otras cosas más: una persona presuntuosa, pagada de sí misma, soberbia, arbitraria, repetitiva, petulante, contradictoria, justiciera y obcecada. Así que el lector tiene dos versiones, la mía y la suya.
Personalmente, os aconsejo que os quedéis con su versión. Sabéis que yo no soy de los que tienen las ideas claras y no sé exactamente en dónde estriba la justicia y si esta radica en dar a cada uno lo suyo o existe quizás una justicia con mayúsculas en plan idea de Platón, de la que nuestras buenas acciones no son más que su reflejo. Creía que, en ese mundo de la filosofía griega, la justicia tenía que permanecer estrechamente vinculada a la acción moral, pero no estoy muy seguro de si era así.
Valoro por encima de casi cualquier cosa las personas que se autoproclaman poseedores de virtudes tan altas –aunque envidio e intento imitar más a los que susurran sus pecados (de los que ya escribí aquí y aquí)–, pero reconozco que no soy capaz de fiarme tanto como para creérmelo sin una evidencia empírica, por aquella cuestión del empirismo radical de que una idea solo puede ser válida si existe la impresión correspondiente.
Mientras tanto, me acuerdo de la segunda escena del tercer acto de Julio César, de Shakespeare, en el momento en el que Marco Antonio toma la palabra en las exequias de César. Utilizo este fragmento muchas veces en mis clases (lo dejo más abajo, para el que quiera leerlo) , porque es un ejemplo perfecto de cómo poner a parir a alguien que critica a César diciendo de él solo cosas positivas para destrozarle con la ironía.
Y eso quería contaros nada más, que he conocido a una persona que se dice justa y lo es, sin duda alguna. Y como la justicia se asocia con una espada y una balanza, yo solo espero que la Justicia no se confunda nunca de tradición clásica y esta persona justa acabe como Damocles. Que el mundo siempre tiene que saber distinguir entre las personas mediocres y las excelentes.
ANTONIO. — ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos! ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta, y gravemente lo ha pagado. Con la venía de Bruto y los demás —pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados— vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero, pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía esto ambición en César? Siempre que los pobres dejaran oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. ¡No hablo para desaprobar lo que Bruto habló! ¡Pero estoy aquí para decir lo que sé!
La imagen «Justice for All» está tomada de Flickr.
En efecto, Magdalena, en efecto 🙂
Yo en estos casos recurro a la sabiduría popular: Dime de qué presumes….