ELLA. ¿Qué dices? No te entiendo.
ÉL. Cómo que no me entiendes, pues te lo acabo de decir muy claro.
ELLA. Claro para ti, ricura. A ver si pronuncias como una persona normal.
ÉL. Pronuncio como se pronuncia.
ELLA. Nadie dice Louvre como tú. Decimos lubre y punto. Y esa chorrada de poner boquita, labios raros. Eso es afectación.
ÉL. Es corrección.
ELLA. Queda fatal. Como el día que estabas con mis amigas y te dio por decir ‘itla. Se quedaron pensando pero qué dice este, es tonto o qué. No sabíamos qué decías hasta que dijiste algo de Alemania y de la Segunda Guerra Mundial. Que a ver quién te manda ponerte a hablar de las elecciones y Alemania cuando estábamos tomando cerveza.
ÉL. Era una conversación como cualquier otra.
ELLA. A ver si te enteras que uno sale un sábado y se toma unas cañas para socializar, para echarse unas risas, no para hablar de los misterios del universo. Para eso te tomas la cerveza en casa.
ÉL. Creo que te estás pasando.
ELLA. Eres tú el que te excedes: en la pronunciación, en el aislamiento, en la autocomplacencia.
ÉL. Entonces, solo puedo hacerte una pregunta. ¿Por qué estás conmigo?
ELLA. Es una buena pregunta.
ÉL. Te lo digo muchas veces: quiero ser la causa de tus sueños, no la de tus desvelos.
ELLA. Hombre, apareció el que faltaba. Un Rabindranath Tagore, un Paulo Coelho.
ÉL. Sabes que te lo digo en serio. Te quiero con todo el alma.
ELLA. Y ahora sale el melancólico. El tío se pasa la vida hablando del tiempo y de sus circunstancias y ahora le da por la ternura.
ÉL. Pues tengo que insistir: ¿por qué estás conmigo?
ELLA. Porque somos como el yin y el yang. Por eso.
ÉL. ¿Por eso?
ELLA. Sí. Si quieres, te lo digo en chino.
(Entrada perteneciente a la serie Diálogos.Imagen de Herson Piratoba)