Hoy me he puesto a hacer todo tipo de test de forma compulsiva. Aunque veo en ellos más un pasatiempo que cualquier atisbo de verdad científica, he leído algunas de las conclusiones y he percibido entre líneas algunas cosas que me han dado miedo.
Por ejemplo, me dicen que yo no soy yo, que soy capaz de poner cara de circunstancias con mucho esfuerzo y por agradar a los demás, pero que cada vez me cuesta más soportar esa carga de apariencia. Me dicen que acabo por caer prisionero de mi propia imagen. Que debería tener el derecho de enfadarme y, por qué no, de cogerle el gusto a la disconformidad y a la disidencia, que es mi estado natural (pero interior).
Y otras pruebas me descubren un síndrome que padezco, que en francés (la locura es que todos estos test me ha dado por hacerlos en esta bella lengua) se llama «syndrome de la cocotte-minute» (la olla a presión de toda la vida), ese en el que aguantas, aguantas y aguantas y en un segundo, explotas con toda tu ira. Sí ese síndrome tan ineficaz que a ti genera luego culpabilidad, que crea tan mal rollo… y que no solucionada nada.
(Imagen de Timothy Vogel)