Querido diario dospuntos.
Aunque hago siempre el firme propósito de estampar mis pensamientos en tus páginas, acudo a ti menos de lo que sería necesario. Llevo unos días con un ligero malestar físico que me ha obligado a pasar por algo que era inactividad y que ahora se llama pereza o desidia. Un malestar que ha ido ascendiendo los escalones de lo físico para trasladarse a los umbrales del alma. Algo que me produce miedo porque conozco los peligros de estar tendido en las sombras de una tristeza sin origen.
Me gustaría no tener que acudir a ti para contar estos momentos. De hecho, me encantaría narrar los minutos reídos a carcajadas o las horas de conversación templada. Pero las primaveras son los momentos escandalosamente propicios para pensar en que los abriles y las vidas se resbalan en la punta de mis dedos. En que la hoguera de la vida consigue que los segundos crepiten, hagan chispas y se deshagan entre las tinieblas de una noche que no tendría que ser tan oscura. Y noto que la existencia me va expulsando de los lugares céntricos para trasladarme a los arrabales donde las huellas dejan un rastro mojado y lleno de cieno.
Llevo muchos días dejar notas redactadas, aunque todos los días escribo cuatro o cinco líneas que borro de inmediato. Me enfrento al pánico de no tener nada nuevo que decir. De quedarme compuesto y sin palabras. De que todo lo que pase por mi vida resbale sin que pueda devolver ningún retazo de lo que destilan mis momentos. Me acuerdo ahora de todas las veces que he hablado del fracaso y me doy cuenta de que no era un recurso literario, sino una constatación de lo que sospechaba, de eso que temía tanto y que ahora se manifiesta de forma tan palpable.
Querido diario dospuntos. Ahora tengo que poner un punto. Espero volver para demostrar que me equivocaba. No pido más que ser como soy. Y no morir en el intento.
La imagen es de Camil Tulcan.